El viernes último, Editorial Planeta y Cecilia Villegas me invitaron generosamente –y también a Hugo Neira– a presentar La verdad de una mentira en la FIL. Desde varios días antes de la presentación hasta ahora, los ánimos de varios círculos de la esforzada intelligentsia peruana han decidido que el trabajo de Villegas es un pasquín negacionista y que su publicación es una aberración. Creo que están profundamente equivocados en dos niveles: el primero es que antes de criticar un libro, habría que leerlo. Y varios de los opinantes empiezan catilinarias de red social con el disclaimer –¡dignidad!– de que no lo han leído. Es, sin embargo, el segundo nivel el que me preocupa: Villegas no dice que en el Perú no haya habido esterilizaciones forzadas. De hecho, con que una sola mujer haya sido esterilizada contra su voluntad por el aparato del Estado peruano es una tragedia infame y un delito por el que los responsables deben pagar. Lo que Villegas plantea es que la cantidad de mujeres esterilizadas forzadamente (300,000) que se ha colocado como una verdad incontrastable es, simplemente, insostenible. Y allí es que he leído a esos mismos que hablan del libro de Villegas como un pasquín decir que los números no importan tanto. Un momentito: los números importan. Y mucho. En primer lugar, porque todas las mujeres que han sido esterilizadas forzadamente tienen que ser indemnizadas y el Estado tiene que disculparse con ellas. Después está el tema de que no sabemos cuántas mujeres fueron esterilizadas y nunca se enteraron y finalmente –y nunca menos importante– alguien tiene que pagar por esos delitos. Lean a Villegas, que no niega nada. Su libro solo se hace una gran pregunta: ¿fueron las esterilizaciones una política de Estado con ese fin? La verdad de una mentira plantea un extraordinario punto de partida para debatir. Y sobre las víctimas: las ONG deberían estar buscando a cada una de ellas para que consigan justicia. ¿Esa no es su chamba?