No estoy muy seguro de cómo es que llegamos aquí, pero Kenji Fujimori se ha convertido en un rockstar del fujimorismo. En un rebelde sin causa. En un díscolo defensor la vieja guardia de un partido que parece –desde la kenjivisión de la galaxia– haber caído en las garras de su hermana, una tirana. Kenji ahora se reúne con las autoridades del gobierno, pecha a su bancada por Twitter y publica columnas escritas con una pluma endiablada que se aleja mucho de su articulación léxica cada vez que habla frente una cámara. Ahora, la verdad es que nada de esto tendría por qué preocuparnos, salvo por un pequeño detalle: Le están haciendo caso. La argolla eterna de defensores de la moral ha visto en Kenji la posibilidad de encajar golpes contra el fujimorismo, su archienemigo. Y no les importa si es que Kenji Fujimori no tiene la menor idea de lo que dice o hace. Ven en él un vehículo a través de cual mantener vivo su desprecio por Fuerza Popular. Está pasando con Kenji exactamente lo mismo que pasó con Ollanta Humala: cualquiera que esté en contra de todo lo que Keiko Fujimori representa encontrará un héroe en Kenji. Y allá vamos de nuevo: a caer en la misma trampa de siempre, la de las falsas dicotomías. Felices de nuevo vamos. Somos muchos los que nos hemos manifestado consistentemente en contra de los planteamientos de Keiko Fujimori y Fuerza Popular. Muy bien. Su conservadurismo representa la negación de la libertad que muchos buscamos. Muy bien. ¿Y por eso tenemos que ensalzar al primer niño explorador que se plante al frente de Keiko y convertirlo en una especie de Batman? Por favor… a otro perro con ese hueso. A Kenji Fujimori nunca le he escuchado una sola idea sobre política, economía o gobierno. Le llevó pan con queso a Humala para después contarlo y hablaron de Ken Follett. Entre gitanos no, no otra vez pues. No se puede estar a favor de Kenji y en contra de Keiko. Si representan lo mismo. ¿O me van a hablar de diferencias ideológicas? Escucho.