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Cultural

Herbert Rodríguez: "Hacer bodegones o pintar pajaritos es arte acá porque el nivel es mediocre"

Tras la repercusión que tuvo su muestra "La paz es una promesa corrosiva" en la Bienal de Venecia de 2022 y que sus piezas ingresaran a la colección permanente del Museo Reina Sofía en 2019, Herbert Rodriguez alcanza un nuevo hito en su carrera. Esta vez en uno de los museos de arte moderno y contemporáneo más importante del mundo.

Rodríguez tiene más de 40 años de trayectoria artística en la escena contracultural y contemporánea. Foto: Composición LR
Herbert Rodriguez

Con la rabia y el desenfreno que lo caracteriza, Herbert Rodríguez ha logrado que el arte subterráneo con crítica social y política que trabajó desde los años 80 —escapando de una corriente que apostaba por lo elitista, estético y dócil — entre una vez más a la perpetuidad y quede como un legado gráfico de una época de violencia y autoritarismo que se vivió en nuestro país. Esto a través de la adquisición del Centro Pompidou, una de las galerías más importantes de Europa, de un conjunto de piezas denominada Genocidio Ayacucho, 1987-2022.

- Tuviste una enseñanza universitaria más enfocada al arte tradicional, ¿cómo te orientaste al arte no convencional?

Cuando estudiabas arte a fines del 70, era como si te quisieran enseñar a pintar como europeo. Para ponerlo en contraste, nosotros éramos los salvajes que teníamos que ser civilizados. Yo compraba mis libros y veía referentes que no los podía encontrar en las revistas de época. Me refiero a lo que en su momento era el arte pop, op, cinético, happening y, sobre todo, a mí me llamó mucho la atención los texturalistas. Nada de lo que acabo de mencionar pasaba por la escuela de arte.

Rauschenberg con los ensamblajes y collage fue una transgresión en su momento para el conservadurismo de la Escuela, porque (te enseñaban que) la pintura tenía que ser plana y la escultura, sin color. Entonces, si haces una cosa de ensamblaje donde, además, mezclas materiales cotidianos, ¡horror! eso no es arte, pero yo los veía en los libros sobre la escena contemporánea de los 50.

Hice mi propio collage de los aportes del arte actual con los contenidos de fines de los 70. Todo el planeta estaba hacia la izquierda, pero la idea, más allá de la etiqueta o caricatura de una izquierda terrorista y subversiva, era el énfasis en lo social, en una agenda de arte que incidiera en los temas del país como la pobreza, inequidad y la ausencia de instituciones. Si no tienes libertad de creación artística, porque no hay soporte del gobierno, los privados te condicionan con los requisitos del mercado, que son una obra decorativa y complaciente.

- Tu carrera artística ha significado constantes saltos al vacío: decidir estudiar arte, hacer arte contemporáneo, combatir al terrorismo de sendero y del Estado con el arte...

Yo me di cuenta muy rápido de que ser artista en el Perú es dar un salto al vacío, pero peor. Es una posibilidad de fracaso radical: hacer todo un esfuerzo para fracasar y morirte de hambre. Pero me dije a mí mismo que moriría peleando. Por eso mi opción fue clarísima, capacitarme para tratar de revertir lo que sabía que iba a ser un obstáculo.

Tuve un primer momento equivalente al mercado de arte y venta de obras, después eso desapareció. Ese salto al vacío fue cuando decido salir de la escena de las galerías, por el año 84, y me decanto por el arte alternativo y generar un movimiento artístico, sabiendo que eso iba a significar que mis obras no sean comerciales para los criterios de un arte decorativo.

En el 88 rompo con todas las movidas y por varios meses estuve bailando solo, preparándome para ir a San Marcos a hacer esta campaña donde sabía que ahí sí me podían matar. Estos saltos al vacío fueron la mezcla de una opción profesional, en la que tenía que ser auténtico como creador. Yo no me he formado ni me hice artista para ser un decorador complaciente, ni un domesticado. Los saltos al vacío los he mirado a la cara y no he sido iluso o dado pasos sin saber las consecuencias.

 Herbert Rodriguez frente a uno de sus murales Arte-Vida realizados en 1989. Foto: Archivo Herbert Rodríguez

Herbert Rodriguez frente a uno de sus murales Arte-Vida realizados en 1989. Foto: Archivo Herbert Rodríguez

- Existe una predisposición a solo dar espacio al arte elitista

Anda a una sala de arte y a ver si hay diversidad cultural. Es como una discoteca que se reserva el derecho de admisión, pero aquí nadie protesta porque eso suceda. Las reformas que se están dando son clarísimas, de que haya arte nativo e indígena en los museos, pero existe a cuentagotas. Esta segregación contra la identidad cultural se expresa desde el inicio de la república, con las relaciones de casta.

- O el rótulo de llamarlos y delimitarlo como artesanías

La categoría de artesanías es un invento europeo para discriminar como diferente o inferior. Ya hay una revolución afuera que cuestiona de forma explícita la intención de dejar de lado esas categorías, es arte contemporáneo y punto. Pero en términos generales siguen usando las categorías para segregar. Feria artesanal para el arte indígena y la sala de arte para lo que hemos aprendido que es arte según los europeos. Eso es racismo.

- Tu actitud de discrepancia y protesta ha cambiado con el paso de los años

Yo sigo siendo rabioso, sigo sintiendo esa misma carga de indignación. Me subleva la pobreza, la injusticia, el racismo y la mentira. Lo que puede haberse atemperado es la respuesta emocional reactiva, pero igual yo estoy con la cabeza fría. El hecho de haber llevado a (la Bienal de) Venecia lo más rabioso y que haya tenido una visibilidad no me queda más que agradecerle a quienes hicieron eso posible que es el Patronato Cultural. Yo no asocio privado necesariamente a negativo, sino a lo que son. Ellos van a difundir la cultura que es la de su sector social y la diversidad cultural la van entender, comprender y comenzar a reconocer, pero con el tiempo que les tome para que se establezca una verdadera igualdad.

 Herbert Rodríguez frente a un conjunto de afiches en su casa en Chorrillos. Foto: La República

Herbert Rodríguez frente a un conjunto de afiches en su casa en Chorrillos. Foto: La República

- ¿Consideras que todo artista debe ser político?

Todo artista debería ser un artista ciudadano. Ensimismarse en su burbuja y hacer un arte bonito para una elite que solo considera como valioso las cuestiones estéticas, pero que están flotando de la realidad social con todas sus complejidades no está bien [...] no puedes pensar en estar pintando y dibujando sin saber que al lado hay personas que con temas muy complicados. Me refiero a la pobreza o, más reciente, en el uso desproporcionado de las fuerzas del gobierno para sostener a una gobernante ilegitima.

Un artista para quién pinta y para qué pinta. Además, el artista ciudadano es la versión actual de lo que antes era el artista comprometido. No se trata de ser parte de un partido político sino de ser conscientes de cuál es tu realidad, incidir y tener impacto social.

- A pesar de las trabas que esto podría implicar

No es por cochinear, pero si en mi caso he llegado al Pompidou o al Museo Reina Sofia, no nos vamos a morir de hambre. Ya, te tomará unos 40 años, pero hay que tener tu plan b para aguantar. Un arte y una creación autónoma es lo que tiene un valor importante o real en el escenario internacional.

Si solo vas a pintar bonito, eso no es profesional y te darás cuenta. Uno saca por sus propias conclusiones que hacer bodegones o un tipo de arte que está pensando en pajaritos en la cabeza, eso será arte acá porque el nivel es muy mediocre, pero sales a competir a cualquier otro contexto y te das cuenta que no das la talla, porque has dejado de pensar, de preocuparte por cosas más complejas, de ser rebelde y crítico a lo que viene ya dado por inercia.

A todos mis profesores los tenía bien evaluados que estaban fuera de la realidad, que expresaban a su sector social de clase media, pero sales de ese espacio de confort y te das cuenta que lo que ellos repiten, pensaban y decían no tenías más que valor para esa burbuja artificial que crearon.

 Collage de época realizado por Hebert Rodríguez. Foto: Archivo Herbert Rodríguez

Collage de época realizado por Hebert Rodríguez. Foto: Archivo Herbert Rodríguez

- Cómo valoras el reconocimiento a tu obra y la reciente adquisición de tus piezas por el Pompidou

La palabra que surge por la evaluación de mi obra por parte de museos es consagración, pero si te digo que sigo raboso es porque en realidad de qué me sirve si en mi propio país soy como un invisible, como alguien que no existe. Finalmente, la noticia viene desde afuera, no es que se haya generado desde acá. Yo creo que me sentiría "consagrado" cuando en mi propio país se respete mi trayectoria y se valore ese aporte. Ese sería un mérito personal y ahí no sentiría este vacío.

Yo lo que quiero es que sepan que tengo una gran producción y que quiero mostrarla. Dónde, cómo y cuándo, ya haré las gestiones y si no aparecen ofertas u oportunidades, las buscaré como siempre he hecho. Para mí esas piezas que están en el museo son una enorme satisfacción por que han estado en mi archivo y ahora está asegurada su preservación. Es un legado. Yo puedo desaparecer físicamente, pero (mi arte) no ha quedado en un cajón olvidado. Eso sí es otra cosa adicional en términos que me satisfacen y me gustan. Pero no estoy tranquilo para nada, porque sigo rabioso.

- Es curioso que tus obras se vinculen ahora a la perpetuidad cuando el formato en que se crearon era algo efímero, como volantes, murales o afiches

Una característica de lo alternativo en mi propuesta, era que la obra fuera efímera. Por eso los soportes eran baratos, que también era una opción de democracia cultural en la que cualquiera puede hacer arte. Por ejemplo, la fotocopia cuando la utilice fue porque son recursos sencillos, baratos y estaban en cualquier esquina. Con el collage lo podía reproducir en 20, 50 o 100 copias, para sacar en cantidad y darle la vuelta al sistema.

No era que si no tienes plata no puedes hacer arte bueno, se puede hacer arte con estos recursos sin estar pensando que vas a pintar un cuadro. Eso es darle vuelta a las técnicas y recursos de cómo se puede hacer un tipo arte. Lo efímero era una característica que también hacía coherente mi trabajo y por eso es que se me respeta en los sectores más jóvenes. Ellos no ven que yo he estado mintiéndoles, que estoy a favor de los derechos humanos y estoy haciendo una técnica "ficha" para vender a un museo porque es bonito.

Aquí debo hacer un matiz. Yo tengo un sentido profesional cuando hago lo que hago. Sea lo más barato y sencillo en técnica, pero la calidad artística es absolutamente la que corresponde. Por algo el Pompidou ha comprado los productos de las fotocopias reducidas en diapositiva, porque hay calidad artística. El que sea barato no quita que tenga calidad artística.