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Opinión

La ceguera europea, ¿y Churchill?, por Diego García-Sayán

Pero la historia —la reciente y la antigua— nos ha enseñado que la realidad no se “automodera”: se impone, especialmente cuando nadie la enfrenta con firmeza.



Diego García Sayán 03-07

En un reciente editorial, El País —uno de los medios más firmes en la defensa del proyecto europeo— señalaba, con inusitada franqueza, el desastroso silencio de la Unión Europea ante la devastación en Gaza. El editorial no hablaba sólo de diplomacia fallida o de torpeza política. Se trata, más bien, de una renuncia moral, palabras duras pero que expresan bien lo medular: el fracaso.

No es un fracaso cualquiera

Es el fracaso de una arquitectura que nació, precisamente, para evitar -en Europa y el mundo- aquello que hoy contempla con los brazos cruzados. La Europa de “nunca más”, forjada entre los escombros del holocausto, frente al totalitarismo y el exterminio, está fallando en su promesa fundacional. Y lo hace no tanto por impotencia práctica, sino por algo que tiene que ser dicho: una cobardía política que ya se parece demasiado a complicidad.

Desde hace meses, el gobierno de Benjamin Netanyahu lleva a cabo una campaña militar en Gaza cuyo saldo humano y material sobrepasa cualquier definición aceptable de “proporcionalidad”. Las acusaciones formales ante el Fiscal de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra —presentadas no solo contra líderes de Hamás, sino también contra Netanyahu y su ministro de Defensa— han sido respondidas por  Israel y sus aliados con desprecio, presión política y amenazas veladas a la independencia judicial.

¿Qué hace Europa?

Y mientras tanto, ¿qué hace Europa? ¿Qué dice la voz que presume “encarnar” los derechos humanos, el multilateralismo y la legalidad internacional? Muy poco. Casi nada.

La Unión Europea, fragmentada y temerosa, se mueve entre la declaración tibia y la abstención táctica. Es incapaz de adoptar una posición común sobre Gaza, incapaz de sancionar a un gobierno que ha ignorado repetidamente el derecho internacional humanitario, incapaz de actuar como bloque en defensa de los valores que proclama.

La alta diplomacia europea —cuando habla— lo hace en este asunto con un equilibrio tan “quirúrgico” que termina por desdibujar el drama real: más de 58,000 palestinos muertos, en su mayoría civiles, según datos verificados por la ONU. Y sin visos de un cese de fuego….

El poder dicta las reglas

Esta parálisis no es sólo ineficaz. Es peligrosa. Porque cuando las democracias dejan impune la violación sistemática de los principios que ellas mismas establecieron, envían al mundo un mensaje devastador: que el poder, no el derecho, sigue dictando las reglas.

Y ese mensaje, una vez aceptado, no se queda quieto: se multiplica, contagia y replica. El resultado no es la estabilidad, sino el colapso del orden internacional.

Churchill: no ceder ante los atropellos

Churchill, en los años 30, supo ver lo que muchos se negaban a reconocer: que ceder ante los atropellos de los poderosos, en nombre de una paz ilusoria, no evita el conflicto; simplemente lo aplaza… y lo agrava. Apaciguar al agresor no le detiene: le envalentona. Cada cesión sin consecuencias no previene la violencia, la incubaba.

Y eso es exactamente lo que Europa está haciendo hoy: mirando hacia otro lado, mientras el lenguaje del derecho se diluye en el estruendo de las bombas, esperando que la realidad se modere por sí sola, sin intervenir. Pero la historia —la reciente y la antigua— nos ha enseñado que la realidad no se “automodera”: se impone, especialmente cuando nadie la enfrenta con firmeza.

La inacción europea en Gaza no es la única muestra de esta deriva. La guerra en Ucrania —donde sí se ha actuado con una contundencia que contrasta radicalmente— demuestra que Europa puede tomar decisiones valientes cuando hay voluntad política. Pero esa voluntad parece ausente cuando el agresor es un aliado histórico, o cuando los intereses económicos y los equilibrios geoestratégicos pesan más que la coherencia moral.

En una encrucijada

No se trata de “estar con Palestina” o “contra Israel”. Se trata de estar con el derecho, con la vida, con la dignidad humana. Se trata de defender la universalidad de los principios que Europa proclama, o reconocer honestamente que sólo los aplica según conveniencia.

La UE se encuentra en una encrucijada. Puede seguir en su estrategia del mínimo riesgo, del lenguaje aséptico, de la equidistancia sin alma. O puede recuperar el sentido histórico que la hizo grande: defender lo correcto, incluso cuando es difícil; decir la verdad incluso cuando incomoda; actuar, incluso cuando el “cálculo” recomienda no hacerlo.

Todavía Europa está a tiempo. Pero no por mucho.

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