Nadie se imaginó que el dialogante presidente del Consejo de Ministros saliente, Fernando Zavala, tuviera la iniciativa de pedir un voto de confianza a raíz del anuncio de la presentación de una moción de censura en contra de la ministra de Educación, desafiando a la mayoría fujimorista. ¿Por qué el cambio? Del lado del gobierno, me parece que estamos ante una clara ilustración del principio de hacer de la necesidad virtud. Zavala estaba muy desgastado, y parecía imposible evitar la censura de Martens. Otras interpelaciones asomaban en el horizonte sin capacidad política de enfrentarlas. La popularidad del presidente y del gobierno en general estaban a la baja, y prácticamente se han quedado prácticamente sin bancada oficialista. La idea de la renovación en el gabinete estaba firmemente establecida en la agenda. La simple renovación era un camino, pero la prepotencia mostrada por el fujimorismo en la interpelación a Martens habría persuadido a los más “dialogantes” de que dejarla caer sin más implicaba someterse ya en exceso a los humores y los cálculos de la oposición. Del lado del fujimorismo, la estrategia de aparecer como una oposición inflexible ante un gobierno impopular parecía una buena idea. Si bien en las encuestas la aprobación al Congreso cae junto a la del presidente, también la aprobación al desempeño de Keiko Fujimori se mantiene estable. Los altos niveles de desaprobación a la gestión de Martens sugerían que podrían capitalizar políticamente una censura, así que la hostilidad en la interpelación fue patente. Nuevamente del lado del gobierno, la opción seguida hasta ese momento, la del apaciguamiento, parecía incapaz de cambiar la esencia de la relación con la mayoría congresal. En este marco, el pedido de confianza resultó una salida inesperada: si igual varios ministros iban a salir, más temprano que tarde, incluyendo al propio Zavala, por qué no hacerlo caer, de modo de acercarnos al escenario de una segunda censura o negación de confianza, para así tener más a la mano el arma del cierre del Congreso y la recomposición del escenario. El fujimorismo mordió el anzuelo con entusiasmo. En parte porque no quiso mostrar debilidad, en parte porque confía en que puede repetir un buen desempeño electoral, pero sobre todo, me parece, porque confía en que mediante diferentes técnicas de interpretación constitucional puede seguir acosando o censurando ministros individuales sin pisar el palito de censurar o negar la confianza al futuro Presidente del Consejo de Ministros. En extremo, si el gobierno no juega bien sus cartas, podría (ahora sí) jugar en serio la carta de la vacancia, si es que encuentran que la opinión pública respalda esa propuesta. El saldo, hasta el momento, es una suerte de empate precario, costoso para ambos bandos ante la ciudadanía más despolitizada (otra vez los políticos peleándose) pero positiva para representar al antifujimorismo o al descontento callejero, respectivamente. Para el gobierno este empate tiene cierto sabor a triunfo, después de pasar por varias derrotas. El fujimorismo puede sentir que cedió un empate cuando parecía contar con un triunfo asegurado. El siguiente movimiento le corresponde al gobierno, el nombramiento del nuevo Consejo de Ministros. Me parece que el gobierno no debe perder de vista que su único sostén es la legitimidad ante la opinión pública, que ve la política con mucho más escepticismo que los activistas. Debe pensar en un gabinete que proyecte eficacia, técnica y política, y no buscar gratuitamente una confrontación en la que tiene también mucho que perder.