Política

Carlos Meléndez: “Quien tiene la capacidad de alimentar el odio en realidad es López Aliaga”

El politólogo opina sobre el futuro de la presidenta Boluarte y de las demás fuerzas políticas en el 2025, habla del uso del término comunista como instrumento de estigmatización y explica cómo la informalidad ha penetrado la política.

Carlos Meléndez es investigador asociado del Democracy Institute de Central European University y socio de 50+Uno Análisis Político y Estrategia. Fotografía: Archivo La República
Carlos Meléndez es investigador asociado del Democracy Institute de Central European University y socio de 50+Uno Análisis Político y Estrategia. Fotografía: Archivo La República

A través de la pantalla del Zoom, Carlos Meléndez luce más arropado de lo que manda el verano limeño. El politólogo responde desde Budapest, Hungría, que esta semana registró temperaturas de menos un grado. Allí está la sede de la Universidad Centroeuropea, su nuevo centro de labores. “Ahora estoy en lo que llaman la universidad de (George) Soros”, comenta, expectante, como quien sabe que en el Perú cualquier mención al magnate y filántropo es motivo de sospecha.

Dejó recientemente su prolongado vínculo laboral con la Universidad Diego Portales de Chile y ha cruzado un océano para seguir investigando. Todo esto no lo aleja del Perú. Por sus consultorías y su trabajo académico, sigue pendiente de nuestra actualidad. ¿Cómo ve el escenario político para este año? Meléndez habla de eso y de otros conceptos en este diálogo. 

En una de tus últimas columnas, desarrollabas un indicador interesante para la presidenta Boluarte, y decías que hasta el 12 de abril la posibilidad de la caída de su Gobierno es media, pero que luego de esa fecha esa posibilidad se vuelve alta, ¿por qué?

A ver, la probabilidad de que un presidente caiga en el Perú siempre está ahí; lamentablemente, hemos llegado a ese tipo de cotidianidad en nuestra política. Y luego de ver tantas variables, uno piensa que los presidentes impopulares son los que pueden caer, o los presidentes sin mayorías parlamentarias, pero llegamos a la conclusión de que en realidad es el Congreso quien decide cuándo cae o no cae el presidente. O sea, cuando los congresistas ya han asegurado el resto de su mandato, están en posibilidades de destituir a un presidente. Eso es lo que hemos visto en las crisis de los últimos 10 años. Bajo esa misma lógica, podemos decir que esto se repetirá a partir del 12 de abril de este año, porque ya se convocan elecciones y por lo tanto ya no hay posibilidad de adelantarlas. ¿Eso significa que Dina Boluarte va a caer? No, no necesariamente, pero sí es un pronóstico de que los actores políticos se van a comportar de manera distinta a partir del 12 de abril. A partir del 12 de abril, vamos a ver a un Ejecutivo mucho más nervioso, mucho más preocupado por dar prebendas para poder asegurar su permanencia en el poder. Y vamos a ver legisladores más optimistas, más ansiosos por recibir esas prebendas.

Ahora, ¿cuál sería el principal motivo de un intento parlamentario contra la presidenta? ¿El hecho de que cualquiera que sostenga a su Gobierno será visto como un aliado y aquello le restará votos en las elecciones?

Hay varios incentivos. En primer lugar, Dina Boluarte es una presidenta muy impopular, la más impopular en la historia de la república desde que hay encuestas. De hecho, su nivel de aprobación es igual a cero, estadísticamente hablando. No hay que esperar que le pongan cero, ya le han puesto cero, pero ni siquiera sabe leer encuestas. Entonces, tú no puedes ser percibido como parte de lo más impopular en un país. Hay que ponerse en el punto de que estos actores van a salir a hacer campaña, van a salir a pedir votos. Entonces, una cosa es salir a hacer proselitismo, esperando que la gente te tire botellas por ser aliado del Gobierno, y otra muy distinta es tratar de mostrar algún tipo de logro de gestión como parlamentarios. ¿Y qué pueden mostrar como logro los parlamentarios que van a la reelección?

Tumbarse a una presidenta suena muy atractivo.

A ver, pongámonos en el punto de vista de que ya entran a la campaña y van a salir a la calle, obligatoriamente, a hacer proselitismo. ¿Cuál va a ser el discurso que van a tener estos parlamentarios? Bueno, hay algunos que sienten que con clientelismo es suficiente para ganar votos. Tenemos un partido político que solamente hace clientelismo, que es Alianza para el Progreso. Ellos están tan confiados en estas redes clientelares, a través de Gobiernos locales, regionales, universidades, que creen que sí pueden bancarse a una presidenta impopular. Pero no todos los partidos políticos tienen esos recursos proselitistas, como para poder darse el lujo de aparecer como socios de la presidenta, lo sean o no.

Ahora, mencionaste hace un momento algo bien interesante: La aprobación de la señora Boluarte es de 3%, tú dices que científicamente eso es cero…

Es 0,2 (se ríe).

De acuerdo, ¿por qué esta desaprobación tan alta no ha propiciado su caída? ¿Ya los ánimos de la población no importan para estas cosas?

No importan. Lo que pasa es que tenemos una democracia en la que no importa la rendición de cuentas. Y eso es parte de cómo ha venido funcionando la democracia en los últimos 10 años. Tenemos una democracia con identidades negativas, y una democracia así es muy difícil de representar. Entonces, el pacto político entre los representantes y los representados termina el día de la elección. Es decir, uno puede pensar: “Yo evité que el fujimorismo llegue al poder”.

Y eso es efímero, dura pocos días.

Se acaba el mismo día de la elección. El mismo día, a las 5 p.m., cuando el fujimorismo no logra ganar la elección, ahí termina el vínculo de representación. Entonces, los representantes, entre comillas, los congresistas, consideran que ya cumplieron. Y consideran que se les ha delegado la representación por los próximos 5 años y no tienen que volver a rendir cuentas. La democracia delegativa funcionaba así, pero tenías líderes que renovaban esa representación cada 5 años. Ahora, como la esperanza de vida de un político en el Perú es de 5 años, cada 5 años hay nuevos elencos de candidatos que no se sienten en la necesidad de tener que rendir cuentas por esos votos. Por lo tanto, no importa que un presidente sea impopular, ellos no rinden cuentas.

… Porque el Congreso es impopular.

El Congreso es impopular, la presidenta es impopular, los ministros son impopulares, pero todo eso no importa en esta democracia con identidades negativas.

Para Meléndez, Alianza para el Progreso, el partido fundado por César Acuña vive del clientelismo. Fotografía: Archivo La República.

Para Meléndez, Alianza para el Progreso, el partido fundado por César Acuña vive del clientelismo. Fotografía: Archivo La República.

El discurso y los recursos de López Aliaga

Ahora que hablabas de estas antiidentidades, en una de tus últimas columnas decías que el anticomunismo es una de las nuevas identidades negativas en la política peruana. ¿Cómo lo defines? ¿Qué es el anticomunismo?

A ver, no es nueva, es más bien una de las identidades negativas históricas. Lo nuevo quizá es su visibilización mundial. Yo ahora vivo en Europa, he dejado Chile, y es interesante notar cómo estamos avanzando en esta primera cuarta parte del siglo XXI. Parecería que las principales ideologías, predominantes en el mundo, siguen siendo ideologías de la mitad del siglo XX, como el comunismo y el fascismo. Entonces, son los monstruos ante los cuales hay que movilizarse. En un contexto en el que las ideologías propositivas están en crisis, donde la socialdemocracia está en crisis, donde el neoliberalismo está en crisis, la política se moviliza en contra de estos dos grandes fantasmas del siglo XX.

Y eso se refleja en América Latina.

En América Latina, eso tiene vida propia, en el sentido de que tú tienes a los principales líderes políticos que han ganado elecciones azuzando el fantasma del anticomunismo. En el Perú, el anticomunismo es básicamente un significante vacío en el que puede entrar toda estigmatización hacia partidos o políticos que van desde la centroizquierda, desde el progresismo, hasta la izquierda radical. O sea, ahí entra una crítica a los caviares y el terruqueo.

Claro, tú dices en tu columna que, en el Perú, en este momento, un comunista puede ser alguien de Sendero, un populista como Pedro Castillo, o incluso un republicano radical —que no sé qué significa— como Francisco Sagasti.

Sí, allí me refería a los que se dicen de centro radical. Ellos también entran dentro de este significante vacío que en un contexto de polarización política se azuza. Entonces, la polarización política en el Perú no es una polarización de izquierda-derecha, es una polarización de anticomunismo y antifujimorismo. Ese es el sentido de nuestra polarización política.

Y eso se va a seguir usando, va a seguir siendo un arma arrojadiza en las elecciones. Habrá gente que diga con ligereza: “Tú eres un comunista o un terruco”.

No necesariamente.

¿Por qué?

Porque no se puede vivir de odio para siempre.

Suena a un bolero eso.

Pero vamos al vals, porque a veces la gente prefiere la indiferencia al odio (se ríe). Te explico, el odio no dura para siempre en política, porque el odio es una forma de politización. La gente que odia políticamente se moviliza, se activa, va a una marcha, participa en redes sociales. Pero, como todo lo que se politiza, tiene que haber un nivel de concreción. Entonces, si hay odio hay también un delivery, algo que se consigue. Y el odio funciona si la gente se siente beneficiada por odiar. Un ejemplo es Milei. La gente dice: “Ok, ya, soy antiperonista, endoso las locuras que hace Milei, con su discurso radical, pero me da algo que es la reducción de la inflación”. Y vemos que hoy en día, a un año de gobierno, Milei sigue ahí, a pesar de todos los pronósticos. En cambio, en el Perú, siento que la gente va a empezar a cansarse de los odios. Tanto del anticomunismo como del antifujimorismo. ¿Por qué? Porque la gente que ha operado y que ha usado estos odios no da delivery, no entrega nada. Entonces, yo creo que va a venir, y este es un pronóstico audaz, una suerte de momento de indiferencia. Vamos a pasar de la polarización a la indiferencia, aunque no sé si será para el 2026.

Ahora, me puse a ver las reacciones a tu columna sobre el anticomunismo en X y había gente que te respondía: “¡Asume tu voto!”, como si fueras un fervoroso elector de Pedro Castillo o Dina Boluarte. Lo que te quiero decir es que en este momento hasta un politólogo como tú puede ser visto como comunista.

O como fujimorista.

Que te pasa recurrentemente.

Sí, es parte del lenguaje que predomina en la política polarizada. Yo en otra columna hablaba de que necesitamos moderación. Yo sé que es muy voluntarista creer que los partidos políticos van a ofrecer candidatos más moderados, pero la única forma de cambiar esta situación es con voluntarismo. Yo creo que hay que empezar a comunicar la idea a los partidos políticos de que sí, el odio ha permitido llegar a mucha gente al poder, pero el odio tiene un techo. Y por eso creo que lo más preocupante para la democracia pluralista en el Perú no es el fujimorismo, sino el alcalde de Lima. Porque el alcalde de Lima tiene no solamente un discurso radical, un discurso populista, conservador, sino que tiene acceso a recursos públicos en la Municipalidad de Lima. Y se enfrenta permanentemente al estado de derecho, aduciendo que se enfrenta a la corrupción. Entonces, el fujimorismo te cambia las normas en el Congreso, como todos los partidos políticos, pero quien tiene la capacidad de alimentar el odio en realidad es López Aliaga.

La lumpenburguesía

¿A qué llamas informales con plata? Es un tema que desarrollas siempre.

Los politólogos hemos aprendido que no hay democracia sin burguesía. Tiene que haber clases medias para que haya democracia. En el Perú el problema es que nuestras clases medias son informales. No tenemos una burguesía, sino una lumpenburguesía. Es lo que se está formando. Uno pensaría que los pobres son informales, y eso fue más o menos cierto hasta los noventa.

Eso es lo que te decían en la universidad.

Así es, a mí me enseñaron eso. Me decían: “No estudies la informalidad porque es lo mismo que estudiar la pobreza”. Pero hoy en día, la informalidad está en clases medias, en clases altas. ¿Y la informalidad qué significa? Es alguien que no respeta el Estado de derecho. Y eso lo vemos en las clases bajas, obviamente, pero también en las clases medias y en las clases altas. Hay un efecto de la informalidad con plata en el régimen político, porque hay gente que tiene influencias, gente que llega a espacios de poder en el Perú y representa a la sociedad como es.

Y esta lumpenburguesía tiene representantes en el Congreso, bancadas enteras.

Pero veamos lo que pasa en la calle. Los gremios de transportistas son más informales que formales. Los que producen trabajo, que son los mineros, son más informales que formales. O sea, gran parte de nuestra pujante actividad económica viene de este sector, que hace plata todos los días, pero sacándole la vuelta al Estado. Los peruanos hemos aprendido a vivir de lo que no le pagamos al Estado. Ese es nuestro modelo neoliberal. Dicen: “Ok, no me des estado de bienestar, pero no me cobres los impuestos”. Entonces, es un estado ineficiente, es un estado corrupto, y hemos aprendido a vivir sin él. En eso recae nuestro modelo. Nuestro 75 u 80% de informalidad ha parido una representación política como la que lamentablemente estamos viendo.

Ahora, ¿cómo se vincularon los partidos a estos grupos informales? ¿Fue básicamente para que les financiaran sus campañas electorales?

Un partido que busque tener capacidad de representación en cualquier sociedad tiene que tener un pie en el lodo, siempre. El Apra lo demostró en el siglo XX. La realidad, lamentablemente, es mucho más sucia y enlodada de lo que creemos. Entonces, la vocación de representar a las clases populares se ha idealizado mucho. No quiero envilecer a las clases populares, pero en las clases populares hay mucho de empuje y también hay mucho de lumpen. Entonces, por querer representar a las clases populares, estos partidos entran en contacto con este mundo, donde la informalidad es una zona gris que te permite vincularte también con los sectores ilegales. Ahora, el problema en el Perú es que esto sucede también a nivel de clases medias y clases altas.