Cecilia Méndez Gastelumendi: “¿Cuántos años pasaron para que un presidente diga ‘no’ a la Confiep?”
“El Perú se ha vuelto tan, tan, tan, tan, tan conservador que dialogar con autoridades regionales se convierte en un escándalo”, afirma la historiadora y profesora en la Universidad de California, Santa Bárbara.
Por: Enrique Patriau
En la siguiente entrevista, la historiadora peruana Cecilia Méndez Gastelumendi hace un repaso sobre la actualidad. Sostiene que el hecho de que no haya más salida que el adelanto de elecciones lo demuestra el propio Congreso con su actitud.
¿Qué impresión tiene del momento político?
Huele como a 1992. ¿Qué puede evocar alguien como Martha Chávez? Ella está activamente en política. Encima, está en ese consejo consultivo de la Comisión de Constitución, donde se ve lo del adelanto de elecciones. ¿Qué te puede hacer pensar eso? Yo no sé cuántos años tenía usted en 1992, pero a mí me da esa impresión. El año pasado se conocieron los audios de la corrupción y hubo una reacción. Se pudo avanzar, nos esperanzamos…
¿Ya no ve esperanzas?
Existen todavía esperanzas, pero el contraataque se mantiene y se ha fortalecido. Precisamente por eso pienso en 1992, porque las fuerzas de entonces están vivas. ¿Cuál es la característica del fujimorismo desde que nació? Traerse abajo a la democracia. O, como está haciendo ahora, usarla para destruirla por dentro.
¿A qué contraataque se refiere? ¿De fuerzas antidemocráticas?
Así es. No es que las circunstancias sean las mismas de 1992, pero esas fuerzas que provocaron (el autogolpe), si bien han sido golpeadas, se resisten. Si uno ve lo que pasa en el mundo, la democracia está siendo tomada por personajes autoritarios visiblemente fascistas…
¿Cómo Bolsonaro?
Y Trump y otros. La gente está preguntándose si la democracia funciona o no. Yo incluso me desesperancé porque la democracia está permitiendo que se elijan tiranos. No sé si es problema de la democracia misma o es que algo estamos haciendo mal nosotros. Pero esa es la reflexión que quería hacer: no es que vaya a repetirse el golpe (de 1992), pero las fuerzas que le dieron origen se encuentran absolutamente activas, dentro de la democracia. Eso es lo que quería hacer Sendero Luminoso, con Movadef.
¿Infiltrarse en la democracia para socavarla?
Ni siquiera es que esas fuerzas se infiltren, es que votamos por ellas. Llegan por voto popular. Como me decía un amigo, el Congreso que vemos ahora es el resultado de nuestro sistema educativo, que ha creado el régimen neoliberal, que ellos (el fujimorismo) establecieron.
¿Qué piensa de Vizcarra?
En este momento, sacando todos los colores políticos, tengo admiración por Martín Vizcarra. Poca gente le tenía fe. Llega de Moquegua, ciudad que Lima no se da cuenta ni de que existe, y que tiene un lugar importante en la historia del Perú. Ha sorprendido, creo que a muchos.
¿Qué exactamente le ha sorprendido?
A mí lo que me parece histórico de Vizcarra es lo siguiente: ¿cuántos años pasaron para que un presidente le diga “no” a la Confiep? ¿Cuántas décadas? Después de la frustración que supuso Ollanta Humala, fue difícil creer que alguien más pudiera tener un criterio independiente. Yo creo bastante en la perspectiva de Francisco Durand sobre los poderes fácticos que gobiernan el Perú. Bien que los políticos que tienen asuntos con la justicia estén en la cárcel, ¿y dónde están los empresarios que han tenido y tienen la sartén por el mango?
¿Lo dice por Tía María?
Exactamente. El Perú se ha vuelto tan, tan, tan, tan, tan conservador que dialogar con autoridades regionales se convierte en un escándalo. Se rasgan vestiduras, se sacan audios.
¿Se ha vuelto casi subversivo dialogar?
Es subversivo gobernar escuchando. Humala se ponía el polo rojo, pero a Vizcarra se lo ponen. Vizcarra le dijo a la Confiep, “no soy tu cholo”. Porque han creído que hasta los presidentes son sus cholitos, una frase muy racista, pero que es una forma de pensar de cierta clase.
El caso de Tía María también ha sido visto como un síntoma de debilidad.
De ceder. Esa es la mentalidad autoritaria. Pero a mí, Vizcarra me parece ecuánime. Cuando César Hildebrandt lo entrevistó, dijo que Keiko Fujimori le merecía respeto. ¿Es una lección de budismo o qué? Decir cosas amables y gentiles de las personas más despreciables es una muestra de ecuanimidad.
¿Tiene sentido que se adelanten elecciones?
¿Pero qué queda?
¿No hay otra alternativa?
Bueno, yo no soy politóloga, pero tampoco los necesitamos para decir cosas sensatas, ¿no? (risas). Le escuché decir a Rafaella León (autora de una biografía sobre Vizcarra) que Vizcarra piensa como un ingeniero. Es decir, para construir hay que limpiar la cancha, ¿no? Si se necesita elaborar nuevos cimientos, si se quiere avanzar, hay que emparejar el suelo. Lo que ocurre es que desconcierta que haya dicho que él también se va, cuando la política está relacionada con la ambición. ¿Cuándo se ha visto un político que diga que se va antes de tiempo? Es extraño, desconcertante pero positivo. Además, que no hay otra alternativa lo demuestra el Congreso con su actitud.
¿Por querer quedarse un año más?
Así es. ¿Cuánta plata representa ese año, cuántas posibilidades de evadir a la justicia? Para ellos es decisivo.
Cambio el tema. Entiendo que va a publicar un libro titulado Violencias fundacionales.
En realidad, se trata del nombre de un largo ensayo que he estado trabajando. Me tomo mi tiempo para hacerlos y va a salir publicado junto con otros artículos míos. El título del libro, efectivamente, hace alusión a ese ensayo que menciona.
Lo traía a la discusión porque me interesaba conversar también sobre el tema de la protesta, y esta mirada punitiva que se tiene sobre ella, según la cual alzar la voz o quejarse es algo malo. Muchos dicen: “protesta, pero sin hacer alboroto”.
Todo tiene su momento histórico. En el 77 yo entré en la universidad, el año de ese paro histórico, y yo estaba marchando. Pero luego vino Sendero Luminoso, el MRTA, llegó Fujimori y como que desde ahí la sociedad se aplastó y, sí, protestar se convirtió en algo malo, proscrito. Pero no es que haya sido así todo el tiempo.
De acuerdo, ¿entonces, digamos que este momento histórico es uno en el cual la protesta es percibida como algo negativo?
Porque al que protesta se le ve como resentido. Dicen: “¿no ves que el Perú está creciendo y van a espantar las inversiones?”. El marxismo se desprestigió por su asociación con el terrorismo, por Sendero…
¿Eso hizo al Perú mucho más conservador?
Por supuesto, sino, ¿por qué le dicen “terroristas” a la gente de derechos humanos, por ejemplo? Cualquiera que dice algo distinto al consenso neoliberal, que en el Perú es un poco la Confiep, es un “terruco”.
El 2021 se celebra el bicentenario. Falta poco. ¿Cómo recibe una historiadora una fecha así?
Esa pregunta se engloba, para mí, en qué es lo que ha pasado con la historia como un referente de identidad. Antes la identificación con la nación estaba relacionada con un recorrido histórico. Si se pone a pensar en los referentes de los discursos presidenciales, Belaunde o Velasco hacían referencia a la historia, a los incas, a Túpac Amaru. Cuando entra Fujimori, eso coincide con el momento neoliberal que “deshistoriza” la percepción de las cosas, como si hubiera un presente eterno.
¿Y tampoco hubiera un futuro, por tanto?
Dígame, una vez, en que Fujimori haya hecho referencia a la historia del Perú. Hay una “deshistorización” de los referentes de identidad. Incluso, el partido más histórico que tenemos, como el APRA, tampoco es que haga gran referencia a su líder ni a su historia, que es combativa. Es más, pareciera que no invocan esa historia porque eso sería recordar a un partido que fue revolucionario, con gente de bases perseguida por eso. Entonces, en resumen, este desinterés o la cosa anodina que se siente sobre la independencia tiene que ver, en parte, con el hecho de que la historia ya no es un elemento de identidad como antes.
¿Son otros elementos los que generan esa identidad?
Como la comida, el deporte y todo lo que es “Marca Perú”. ¿Hay algo de historia en “Marca Perú”? Hace algunos años, con colegas historiadores, hicimos este proyecto de narra la independencia desde tu pueblo, y ninguno puso en el centro a San Martín, por ejemplo. Se generó una interesante discusión y a partir de ahí se empezó a hablar de cosas que se habían olvidado, como la rebelión de Túpac Amaru y todo eso.
“A la gente sin poder no se le reconoce cuando es política”
Una curiosidad, ya que mencionó el tema antes, de pasada. ¿Qué piensa de los politólogos?
Mire, yo creo que los politólogos están teniendo una mirada crítica sobre sí mismos. ¿Sabe por qué lo digo? Porque en charlas que doy acá, algunos vienen y aplauden. Es gente joven que quiere entender la política, pero no siente que haya respuestas desde la politología. Es obvio, si la politología nace para estudiar instituciones que no tenemos o partidos que no tenemos, no es el camino para entender la política peruana. Esa mirada está resultando absolutamente insuficiente. Esta es también una crítica a la historia política sin sociedad. Porque también hay historiadores que ven las cosas así, como si estudiar la política fuera estudiar solo a los políticos. Eso está mal entendido, ¿no?
¿Cómo hay que estudiar, además, a la política?
Hay que estudiar también las dinámicas sociales, las luchas. Mi interés es la historia política, pero desde el punto de vista rural, de los campesinos, y por eso un politólogo dijo que era antropóloga, porque no están acostumbrados a asociar a los indios con el poder. El indio siempre tiene que ser o víctima o violento. Cuando protestan campesinos o trabajadores y alguien hace un estudio de eso, le llaman historia social. Y cuando se rebela un militar le dicen historia política. A la gente sin poder no se le reconoce cuando es política, cuando hace política.
¿Y para usted qué es política?
Para mí, todo movimiento que aspira al poder o a intervenir en la balanza de poder, es político, independientemente de quién lo haga. Desde ese punto de vista, la política está en todas las fibras de la sociedad. Y como nosotros no tuvimos partidos que nacieron en el siglo XIX, como Argentina o Colombia, es una locura tratar de hacer una historia política solo como historia de partidos, porque nuestros problemas son más complejos.