La Batalla de Junín nos recuerda la unidad sudamericana

Hoy, 6 de agosto, se conmemora la batalla de Junín, una victoria decisiva en el camino hacia la libertad americana.

A propósito de Junín, vale la pena recordar que fue una guerra en la que soldados peruanos y colombianos combatieron hombro a hombro, unidos por el ideal de emancipación y justicia frente a las injusticias del régimen realista. Ese esfuerzo conjunto resultó en el triunfo compartido de una América que aspiraba a ser libre y soberana.

Fue en esas pampas andinas donde las divisiones al mando del general colombiano Mariano Necochea, junto con las tropas patriotas dirigidas por el peruano José de La Mar, dieron forma a una gesta cargada de coraje. En ella, la caballería libertadora venció al ejército realista y preparó el camino para la victoria final en Ayacucho.

Esa memoria debe imponerse sobre la retórica que busca dividir sin razón. Porque si algo enseñó la lucha por la independencia, es que las repúblicas latinoamericanas no nacieron en soledad ni en competencia, sino en solidaridad, en alianza y en esperanza común.

En 1824, en Junín no hubo fronteras ni reclamos territoriales. Al contrario, hubo una causa compartida, un esfuerzo conjunto, una visión continental.

Desde ayer, la atención mediática se ha visto capturada por una polémica innecesaria e imprecisa. Se trata de la afirmación del presidente de Colombia, Gustavo Petro, sobre la isla de Santa Rosa, una localidad peruana ubicada en el distrito de Santa Rosa de Yaraví, en la triple frontera con Brasil.

Más allá de las tensiones diplomáticas, ya aclaradas oportunamente por la Cancillería del Perú mediante una carta de protesta, persiste un hecho inquietante. Este tipo de afirmaciones reaviva suspicacias absurdas entre pueblos que comparten no solo una línea limítrofe, sino una historia común forjada en las luchas de independencia.

Por eso, este aniversario cívico debe ser una guía ética y política. Y, en momentos en que se intenta erosionar el sentido de hermandad entre Perú y Colombia con declaraciones ligeras o reclamos infundados, es necesario reivindicar con firmeza aquello que nos une.

Hoy, ante desafíos regionales urgentes —como el crimen organizado, la crisis ambiental en la Amazonía o la desigualdad persistente—, no podemos darnos el lujo de fracturar lo que la historia unió. Que no sean los mapas ni los actos cortoplacistas desesperados los que dicten nuestras relaciones, sino la memoria de aquellos que lucharon para que los pueblos del sur fueran libres y hermanos.

La mejor respuesta a la controversia no es la confrontación, sino la evocación lúcida de lo que fuimos capaces de hacer juntos. Junín está aquí para recordarlo.