Hoy celebramos 203 años desde que se promulgó la independencia del Perú para liberarnos de la opresión monárquica y en unos meses haremos lo mismo por cumplir el bicentenario del fin del dominio español. 200 años después de estos sucesos debemos preguntarnos sobre la necesidad de una segunda independencia, ya no de reyes, sino de la opresión de los intereses particulares sobre lo público.
En términos de Sánchez Cerro, prócer de nuestra independencia, hoy vivimos en una república indigna porque en el Perú se “antepone el interés personal a la conveniencia pública” y estamos ante la dominación familiar de los Cerrón, Luna, Acuña, Fujimori y sus satélites, clanes que trabajan emulando a partidos políticos para sus propios beneficios y bajo la fórmula do ut des (doy para que me des).
El contubernio se expresa en mesas directivas, elección de altas autoridades, en el apoyo al Gobierno, en mantenerse en los cargos, pero sobre todo en las leyes que resultan siendo, como dice Zagrebelsky, “pactadas, contradictorias, caóticas, oscuras y que expresan la idea de que todo es susceptible a ser negociado, incluso los más altos valores”. Frente a esto, necesitamos revelarnos.
Esta segunda independencia no fundacional ni violenta se debe llevar a cabo a través de la democracia. En este contexto, lo heroico no supone morir por la patria, sino utilizar el voto como arma fundamental para liberarnos del mencionado dominio familiar interesado y con esto romper los candados legales que buscan perpetuarlos en el poder.
Las próximas elecciones serán un momento emancipador de esta forma de hacer política y por más cambios de reglas electorales, como el hecho de habilitar cerca de 40 partidos para que los gobernantes de turno se mantengan con su reducido voto duro, se abre la oportunidad de cambiar la historia, ya que esta fragmentación puede resultarles un arma de doble filo.
Una alternativa es que las familias políticas dominantes pasen a segunda vuelta con menos del 15% por el nivel de fragmentación, pero la otra, a la cual debemos apelar, es que logremos consolidar al menos un 20% de ciudadanos-libertadores para que apoyemos solo a una lista parlamentaria y a una plancha presidencial con valores republicanos.
Por tanto, está en nuestras manos conseguir una representación que asegure gobernabilidad y a un presidente que, como diría el Solitario de Sayán, “anteponga la conveniencia pública al interés personal”, con lo cual lograremos una segunda independencia.