Puede que aún no lo sientas, pero el clima mundial está sufriendo una sacudida tan anómala que algunos científicos observan los datos con una mezcla de incredulidad y horror. Otros meteorólogos advierten que esto es lo que debemos esperar ahora que ha empezado de nuevo El Niño, el fenómeno climático irregular que puede durar entre varios meses y varios años y que potencia el calentamiento global. La pregunta para quienes vivimos en la Amazonia –o dependemos de su función reguladora de las precipitaciones– es cómo responderá la selva durante la temporada de incendios que se avecina.
La última sacudida del clima empezó a ser evidente en lugares deshabitados o poco habitados: la estratosfera, la Antártida y la superficie del océano Atlántico. Desde mayo, las mediciones de la temperatura o del hielo en estos lugares comenzaron a desviarse de la trayectoria habitual de forma inquietante.
No se trata solo de que el clima se esté calentando o de que el hielo se esté deshaciendo. Eso lo sabemos desde hace mucho tiempo y ya es parte de nuestras expectativas básicas sobre el clima mundial. Por desgracia, la nueva normalidad es que el mundo es cada vez más caliente e inestable.
No obstante, la última perturbación ha sido de todo menos constante. Ha tomado una forma diferente. Parece como si, al hacer los gráficos, alguien hubiera chocado con los instrumentos de medición y la punta de la impresora se hubiera desviado bruscamente hacia la parte superior de la página, como cuando se le da un golpe a la aguja del tocadiscos y raya el vinilo.
Las mediciones de la temperatura del mar y de la extensión del hielo suelen formar un arco suave que se hace más alto año tras año en función de la estación y de la creciente presión de las emisiones humanas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Pero en mayo y junio de 2023 parecen haber perdido el sentido de la orientación y suben de golpe, entrando en un territorio nuevo y extraño.
Llevo más de una década observando gráficos climáticos y nunca había visto nada parecido. Intenté tranquilizarme diciéndome que soy periodista, no científico, así que tal vez lo estaba sobreinterpretando, tal vez no era tan inusual como parecía.
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El climatólogo estadounidense Brian McNoldy calculó que el 10 de junio las temperaturas de la superficie del Atlántico Norte estaban tan por encima de la media que era “una locura total” y añadió que “la gente que mira estas cosas habitualmente no puede creer lo que ven sus ojos. Está pasando algo muy raro”. Calculó que había “una posibilidad entre 256.000 de ver lo que estamos viendo. Esto es más que extraordinario”. Las esperanzas de que se tratara de una incidencia pasajera se desvanecieron en los días siguientes. El extraño calor oceánico empeoró. McNoldy afirmó que los resultados cuestionaban la propia ciencia de utilizar datos pasados para estimar la probabilidad de fenómenos meteorológicos extremos.
Otros climatólogos más influyentes, como Michael Mann y Zeke Hausfather, afirman que no hay por qué alarmarse, ya que estos bruscos aumentos a corto plazo tienen una explicación: el paso de una fase de enfriamiento de La Niña en el Pacífico a una más cálida de El Niño, que suele traer un clima más caluroso a grandes zonas del mundo. Esto despeja parte del misterio sobre la extraña forma de los gráficos, pero no es tranquilizador: confirma que una situación ya de por sí mala está a punto de empeorar a causa de El Niño, que amplificará las tendencias del calentamiento global y eso probablemente se traducirá en sequías y tormentas más intensas, y en destrucción y sufrimiento más generalizados.
Recientemente, en muchas partes del mundo, la humanidad ha empezado a sentir los efectos de esta sacudida inicial de El Niño. El mes pasado, el humo de los históricos incendios forestales de Canadá asfixió la ciudad de Nueva York. En México, en las últimas semanas, varias ciudades han batido reiteradamente el récord de días más calurosos de su historia, entre ellas Chihuahua, Nuevo Laredo y Monclova. Puerto Rico y muchas ciudades de Texas han sufrido las peores olas de calor de su historia. Lo mismo ocurre en China, donde más de veinte ciudades, entre ellas Tanghekou, Tianjín y Pekín, han registrado récords de temperaturas máximas. En Europa, la ciudad austríaca de Oberndorf se asfixió con una rara temperatura nocturna de 36,1 ºC, una de las más altas del continente. En Oriente Medio, la gente está acostumbrada al calor, pero normalmente espera que la altitud le dé un respiro. No fue el caso la semana pasada, cuando la ciudad iraní de Saravan llegó a 45 ºC, uno de los días más calurosos jamás registrados en el mundo a una altitud de más de 1.000 metros.
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En el Atlántico se están formando tormentas antes de lo normal como consecuencia de la energía extra que se está acumulando en la capa superficial del océano. Por primera vez en un mes de junio hay dos tormentas tropicales simultáneas en el Atlántico, Bret y Cindy. Para empeorar las cosas, también hay indicios a más largo plazo de que los motores del clima mundial –los giros de agua en el océano y las corrientes de aire en la atmósfera– se están ralentizando, lo que significa que los sistemas meteorológicos se atascan. Esto hace que las olas de calor y las tormentas se prolonguen, causando más daños.
¿Y qué tiene esto que ver con la Amazonia? Los científicos han demostrado que la selva tropical sufrió un calentamiento y unas sequías inusualmente graves durante los dos grandes episodios anteriores de El Niño (de 2014 a 2016 y de 1997 a 1998). El impacto varió según la región: en 2015, la Amazonia oriental, muy deforestada, fue la más afectada por la sequía, mientras que en la Amazonia occidental, más frondosa, llovió más. Existe un gran riesgo de que esto vuelva a ocurrir. Pero, esta vez, la selva está mucho más débil. Desde 2015, muchas zonas han sido deforestadas y degradadas, lo que disminuye la resistencia del ecosistema a los incendios y la sequía. Los organismos de protección de la selva se desmantelaron durante el gobierno de Bolsonaro y muchos terratenientes y ladrones de tierras públicas han llegado a creer que gozarán de impunidad si deforestan la selva con fuego.
Este momento es de vital importancia. Debemos reconocer que estamos en una emergencia dentro de una emergencia. Todos los impactos se amplificarán. El Niño acaba de empezar. Las tendencias pasadas sugieren que se intensificará en los próximos meses, posiblemente años. Aún no sabemos lo mal que irá ni cuánto durará, pero los primeros indicios son terribles. Si El Niño se prolonga y agrava, la experiencia sugiere que podríamos asistir a una catástrofe amazónica de una magnitud nunca vista.
¿Qué puede hacerse? Sigue habiendo incertidumbre, pero tiene sentido tomar precauciones. Los habitantes de la selva y los gobiernos locales deben prepararse para una sequía grave y reforzar su capacidad de respuesta ante los incendios. El gobierno central debe reforzar rápidamente las leyes de protección forestal, los organismos encargados de hacerlas cumplir y endurecer las penas para los incendiarios. Incluso el Congreso, dominado por la agroindustria, tiene que reconocer los riesgos –mayores de lo habitual– a los que se enfrenta la selva, que es el principal regulador del clima en la región y el mejor baluarte contra los impactos como el de El Niño. Sin una Amazonia fuerte, aumentará el riesgo de sequía en el resto de Brasil. Cuanto antes se dé cuenta todo el mundo de que nos enfrentamos a un riesgo excepcional, más probabilidades tendremos de mantener un clima reconocible. La crisis de El Niño no debería causar solo trastornos, sino más bien impulsar los esfuerzos.
*Jonathan Watts es periodista británico, editor de Asuntos Climáticos de The Guardian y Fundador de Sumaúma
Periodista británico, fundador de la Revista Sumaúma y del Fondo para Periodismo en la Selva. Editor de Asuntos Climáticos Globales en The Guardian.