Cuando murió George Floyd, estrangulado por la rodilla de un policía que no la retiró de su cuello hasta que dejó de respirar, mientras lo filmaban, en muchas ciudades de los EEUU hubo levantamientos de protesta, lo que desató violencia y saqueos. El eslogan Black lives matter (las vidas negras importan) recorrió el mundo. Sí, el policía era blanco y el ciudadano Floyd era negro y pobre. Los dirigentes de la policía y las más altas autoridades del país reconocieron públicamente que la muerte de Floyd fue producto de la brutalidad policiaca, el racismo y el clasismo, en una interseccionalidad mortífera. Nadie ha olvidado ese acontecimiento, que marcó un antes y un después en la historia de ese país. El filósofo Franco “Bifo” Berardi comentó: “Si no reaccionamos a actos de violencia y humillación intolerables como la atroz ejecución pública de George Floyd, entraremos en un túnel sin salida de depresión, nos inundará una ola suicida”.
Pues bien, en el Perú también se filmaron las ejecuciones por parte de las fuerzas del orden, de 49 ciudadanos. Ya sabemos lo que pasó después. No solo ninguna autoridad se hizo responsable, sino que la presidenta Boluarte negó enfáticamente la responsabilidad del Gobierno, llegando al extremo delirante de culpar a los muertos por su propia muerte. Tampoco hubo más manifestaciones ni protestas masivas. ¿Significa esto que los peruanos somos más indolentes, menos empáticos que los estadounidenses? ¿O acaso ya entramos en ese túnel de depresión que augura Berardi? Él estará en Lima para el congreso de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis (SPP), los días 20 y 21 de junio de este año (Psicoanálisis en un mundo distópico). Tengan por seguro que le preguntaré lo mencionado en este párrafo, pues la SPP me ha honrado con el encargo de ser el comentarista de su presentación.
Cuando Sigmund Freud murió, en Londres, en setiembre de 1939, el poeta británico, nacionalizado norteamericano, W. H. Auden, escribió un poema en su memoria. De ahí provienen estos versos:
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Sólo el Odio fue feliz, pues esperaba aumentar
ahora sus pacientes y su sórdida clientela,
que cree poder curarse matando
y cubriendo de cenizas el jardín.
Eso fue, al parecer, lo que imaginó nuestra presidenta: los casquillos de las balas habían cubierto de cenizas el jardín. Pero los fantasmas tienen maneras inadvertidas de retornar. El poder, sobre todo cuando no tiene contrapesos, enloquece, como se sabe. Fue así que la mandataria, confundida por una hubris deslumbrante, sintió que podía lucir costosas joyas y relojes de alta gama, incompatibles con sus ingresos oficiales, sin que esto tenga consecuencias. Por ahora es irrelevante saber si alguien de su entorno la traicionó. Ella no hacía ningún esfuerzo por disimular esos signos flagrantes de una riqueza obscena, en un país tan pobre como el Perú. Como tantos otros líderes tercermundistas, exhibía lo que debe haberle parecido una justa recompensa por el encargo de dejarse manipular por sus patrones en el Congreso. Si de algo fue víctima no fue de sexismo, como alegó cínicamente en su mensaje del Sábado de Gloria: enfermó de lo que podríamos llamar el síndrome Imelda Marcos.
Como recordarán, cuando cayó Ferdinand Marcos, el dictador de Filipinas, se encontró que su esposa tenía una colección de dos mil pares de zapatos de marcas caras, demás está decirlo. Algo similar le sucedió a Montesinos, para no irnos al otro lado del mundo. En su búnker de la playa Arica se hallaron enormes colecciones de relojes, ternos, camisas, gemelos, corbatas, etcétera. Con la diferencia de que el asesor de Alberto Fujimori se limitaba a atesorar esos objetos onerosos, sin poderlos lucir en público. Lo imagino probándose esas prendas costosas ante el espejo, lamentando no poder usarlas en sus escasas apariciones. Deben haber sido unas sesiones interminables y melancólicas, pidiéndole su opinión a Jacqueline Beltrán o a sus guardaespaldas. Más bien cayó por menospreciar a Matilde Pinchi Pinchi, olvidando que no hay enemigo pequeño, sobre todo si está en tu entorno íntimo.
La actual correlación de fuerzas, como se decía en el apogeo del marxismo, parece haber mantenido con vida a Boluarte. Ahora la tienen más maniatada, pues su cargo pende más que nunca de los hilos de sus titiriteros. Fue muy evidente que el mensaje anunciado “en breve”, tardó horas en ser grabado y emitido con una penosa corte de ministros como telón de fondo. Hacían falta los pronunciamientos de Alianza para el Progreso, Fuerza Popular y Renovación Popular, para que pueda propalar el esperado (y también desesperado) mensaje en donde no habló de lo único que al público interesaba: una explicación acerca de la procedencia de esas joyas y relojes rutilantes. Es claro que ella se debe a sus patrones políticos, no al pueblo peruano que la eligió como vicepresidenta de Pedro Castillo.
Lo cual me recuerda la frase de John Lennon cuando los Beatles se presentaron por primera vez en el Royal Albert Hall, en Londres: “Los de la cazuela pueden aplaudir; los de los palcos y la platea limítense a hacer tintinear sus joyas”. En efecto, en los lugares preferenciales abundaban los abrigos de piel y los trajes a la medida de las clases privilegiadas del reino. Era la manera de Lennon de no olvidar su procedencia de un barrio obrero de Liverpool. Su frase revela su lucidez respecto tanto de la asistencia, como de su propia salud mental.
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Precisamente lo que no encontramos en el esperado y soso mensaje presidencial. Es de una ingenuidad pasmosa creer que con esa negación de la realidad –todos hemos visto las fotos de los Rolex y la pulsera Cartier en las muñecas de la presidenta– iba a resolver el entrampamiento en el que había caído, cegada por una frivolidad suicida. Ese mismo día Carlín había publicado una caricatura con las manos enjoyadas y ensangrentadas de nuestra Lady Macbeth. En el drama de Shakespeare, la esposa del escocés Lord Macbeth lo incita a asesinar al rey, lo cual le permite usurpar el lugar de la reina. Un despiadado sentimiento de culpa la atormenta y termina muriendo fuera de escena; se presume que cometió suicidio. Shakespeare entendía el alma humana mejor que el propio Freud, en opinión del gran crítico literario Harold Bloom (Shakespeare: la invención de lo humano).
Lo que viene ahora es impredecible. La caja de Pandora fue abierta hace tiempo y los males que corroen nuestra pobre democracia lo demuestran. El destino de la presidenta Boluarte es el Fundo Barbadillo, con toda probabilidad. Pero eso es lo de menos. Lo que de veras importa es el de los peruanos que aún seguimos aquí. Los políticos actúan, en su gran mayoría, con una visión limitada a sus intereses inmediatos y personalísimos. De ellos, por ende, no podemos esperar nada bueno pues obedecen a las mafias a las cuales representan, ahí sí con laboriosa intensidad. Nuestra única esperanza, no me cansaré de repetirlo, es la de seguir luchando contra quienes nos están arrebatando el derecho elemental a vivir en paz y democracia. Esos mismos que entronizan la mentira y ultrajan la verdad.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".