Hace unas semanas, mientras me encontraba en Lima, tuve que renovar mi pasaporte, que había expirado luego de cinco años. De antemano, no se trataba de ningún trámite placentero, menos aún si este involucra a la burocracia del Estado peruano. Los rumores y las noticias sobre mafias que se apropiaban de las citas electrónicas y la escasez de pasaportes no eran una buena señal y en más de una ocasión pensé en sacarlo en Santiago de Chile (donde radico) o buscar alguna alternativa que no significara madrugar fuera del local de Migraciones en Breña.
Para mi sorpresa, el trámite resultó siendo más sencillo de lo que esperaba: una vez que se abrieron las citas electrónicas, pude elegir una fecha y hora (14 de febrero), lo cual fue confirmado a mi correo electrónico y nuevamente recordado unos días antes de la fecha programada. Existe también una opción, que es obtener un pasaporte de emergencia, y donde basta con aproximarse dos días antes del viaje. Los funcionarios corroboran con las aerolíneas la reserva del pasaje (para evitar precisamente suplantaciones por mafias) y luego de un par de horas, la persona puede viajar con su nuevo documento en la mano.
Cuando realicé los trámites, la oficina de Migraciones atendía las 24 horas del día. No es algo usual, y la atención sin horario de cierre se debe principalmente a la alta demanda que tienen sus funcionarios para otorgar pasaportes a una población que no solo busca renovarlos en caso de algún viaje en el futuro: se trata de hacer frente a un número inédito de peruanos que está saliendo del país y que necesita de ese conjunto de hojas membretadas y con diseños locales para poder llegar a su nuevo destino. La necesidad por el pasaporte sugiere que los viajes se realizan fuera del área de países fronterizos (donde se puede ingresar presentando el DNI) y que eventualmente se solicitará una visa para estancias más prolongadas.
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La inusual demanda por pasaportes es solo un síntoma de un problema mayor: la estampida de peruanos hacia el exterior. Se trata de un fenómeno reciente y que desde 2022 hasta el día de hoy, registra (con toda seguridad) el número más alto de peruanos que se van del país en estos doscientos años de historia republicana. Si uno presta atención a las cifras globales del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), alrededor del 10% de peruanos se encuentra fuera del país. Es decir, uno de cada diez peruanos; lo que significa que todas las familias tienen al menos un integrante (o más de uno) fuera del país. Y con posibilidad de que esta proporción suba en los próximos meses.
En una de esas paradojas a las que el país nos tiene acostumbrados, estamos enfrentando la inmigración más importante de nuestra etapa moderna con la diáspora venezolana y la emigración más alta de compatriotas a distintas partes del mundo. Los cálculos realizados por el INEI se basan, por supuesto, en datos formales, de quienes salen con documentos y dejan un registro al momento de cruzar la frontera, ya sea por aire, mar o tierra. El Aeropuerto Jorge Chávez se ha convertido en el punto de salida y retorno más importante de los viajeros, pero eso no debe dejar de lado aquellos que se aventuran a cruzar los pasos no autorizados, como el de la frontera entre Perú y Chile.
Es necesario notar que desde el año pasado (2023) a la fecha se ha producido un crecimiento en el número de quienes se van del país. Hasta ahora, el año con mayor número de emigrantes había sido 2007, con poco más de doscientas mil personas. Si el número de pasaportes emitidos sirve como referencia, tan solo en agosto del año pasado tuvieron que habilitarse cien mil nuevos documentos para cubrir la demanda, es decir, la mitad del año que sirve como referencia. Hasta agosto de 2023, se habían emitido 548.289 pasaportes, por lo que Migraciones proyectaba entregar un millón de documentos al finalizar el año. Se trataba de cuatrocientos mil pasaportes más que el promedio de los últimos cinco años.
Desde 1990, que es cuando el INEI tiene cifras confiables, podemos observar una tendencia creciente de personas que se van del país. Tendríamos una mejor imagen con datos de quienes se fueron en los años ochenta para escapar del doble flagelo de la violencia senderista y la hiperinflación aprista. Aún con el retorno a la democracia y el ‘milagro’ económico de 2001-2017, el país continuó expulsando personas, lo cual obliga a preguntarnos por qué no pudimos retener a los compatriotas incluso cuando el país estaba bien.
La presencia (permanente o temporal) de otros peruanos fuera del país tiene una serie de ventajas. Una de las principales es el envío de remesas a los familiares que se han quedado en el país, y que en situaciones difíciles (como la pandemia) pudieron haber ayudado a la frágil economía familiar. Tan solo en 2021, siempre con datos de INEI, las remesas constituyeron el 1,6% del PBI nacional, y el 78% del dinero enviado fue utilizado precisamente en gastos cotidianos. No menos importante es que quienes ya están instalados en un país sirven como referentes y ayuda a los recién llegados en la inserción social, laboral y cultural del nuevo entorno.
Las razones para salir (o escapar) del país son variadas: pueden ir desde decisiones voluntarias para una mejora personal o profesional hasta decisiones más desesperadas ante un escenario político y económico que ha ido degradándose en estos últimos años. El fin de la pandemia y de la cuarentena puede haber empujado a varios a irse, dado que no pudieron hacerlo en los meses previos. La inestabilidad política también es un factor que pesa al momento de decidir si uno debe irse o quedarse, pues está atado a las expectativas de estabilidad económica y de inversión. Decidir irse del país no responde a una única razón y tampoco es una decisión sencilla por todo lo que conlleva autoexiliarse.
El costo que significa ver un país vaciarse debe ser calculado no solo con la frialdad de las cifras, sino con lo que estamos perdiendo y que difícilmente recuperaremos: artistas, trabajadores, familiares, amigos, vecinos. Básicamente, todo aquello que represente vínculos, talento y capacidad de trabajo. La diáspora peruana va a continuar extendiéndose en los próximos años ante la falta de oportunidades y de un escenario estable en el territorio nacional. Solo queda desear que a los compatriotas les vaya bien y que puedan reencontrarse con regularidad con sus familias mientras aprenden nuevas costumbres, nuevos idiomas y lidian con la cotidianeidad de vivir en un lugar distinto.
Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.