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Recuerdo del murciélago de Wuhan, por Augusto Álvarez Rodrich

Y 300.000 peruanos muertos de los que ya nadie quiere hablar.

Ayer se cumplieron cuatro años de la declaratoria de pandemia global de la OMS ante la amenaza de la pesadilla que hoy se llama Covid-19, pero entonces era ‘coronavirus’.

Al comienzo era un problema misterioso y aterrador con forma de murciélago de Wuhan, la ciudad más poblada de la zona central de China, entre los ríos Yangtsé y Han, pero que estaba muy lejos de todo, aunque muy pronto se volvió muy cerca de todo.

El primer fallecimiento en el Perú ocurrió en el edificio Santa Ana en Miraflores, cerca de la bajada de Armendáriz, lo que generó pánico por una gripe, pero asesina, que no se sabía cómo se transmitía ni cómo se podía esquivar.

El 11 de marzo de 2020, la OMS estableció que el mundo estaba en pandemia, y todo fue menos relevante que la sobrevivencia ante el enemigo mortal y desconocido, que nos convertía a todos en potenciales víctimas y victimarios.

Donald Trump culpó a ‘los chinos’ desde la oficina oval de la Casa Blanca’, Tom Hanks anunció que ya estaba contagiado, y todo, absolutamente todo —mercados, cines, colegios, calles—, se volvió zona fantasma.

El Perú fue uno de los países más extremos con un toque de queda de más de cuatro meses y colegios cerrados por más de un año, sin poder salir a trabajar, con la gente angustiada entre el hambre, la pérdida de empleos e incertidumbre sobre el futuro, con abundancia de recomendaciones absurdas, sin darnos cuenta de que la mascarilla era la precaución principal. Las vacunas demoraron muchísimo en llegar.

Fue la peor pandemia del último siglo, con 7 millones de muertos, aunque un cálculo más inteligente —exceso de muerte ante un año normal— de The Economist concluyó que fueron 30 millones. La gripe española mató a entre 20 y 50 millones en 1918, y el sida a 40 millones, pero en 50 años. En el Perú se habla de 200.000 muertos, pero cálculos más finos, como el del economista Roberto Chang, suman 300.000.

Muertos que hoy ya nadie quiere  recordar, pero que desnudaron a un país precario, desigual y cruel, dejando un daño del que aún no nos recuperamos, al que también contribuyó la otra plaga de nuestros políticos de morondanga, aunque esa es otra historia. La vacuna contra ellos aún no ha llegado.

Augusto Álvarez Rodrich.

Claro y directo

Economista de la U. del Pacífico –profesor desde 1986– y Máster de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Harvard. En el oficio de periodista desde hace más de cuatro décadas, con varios despidos en la mochila tras dirigir y conducir programas en diarios, tv y radio. Dirige RTV, preside Ipys, le gusta el teatro, ante todo, hincha de Alianza Lima.