En el Perú, en el 2022 el 72,3% de la Población Económicamente Activa de 18,5 millones de personas estaba en el sector informal, una de las más altas de América Latina. ¿Por qué es tan alta la informalidad?
Por el lado de la estructura productiva, se afirma que la oferta de trabajo en el sector formal es inferior a la demanda de empleo. Tendríamos allí un problema estructural: el sector formal, que se concentra en las finanzas, las actividades extractivas y la industria, tiene la más alta productividad, pero no genera tanto empleo. Mientras, el grueso de la población informal está en la agricultura, los servicios y el comercio.
Desde el lado económico ortodoxo, la causa son los altos costos de la formalización (pago de impuestos, salarios, vacaciones, despido, CTS). Ergo, hay que reducir esos “sobrecostos” laborales. Este enfoque pasa por alto que hay regímenes legales específicos para las microempresas con incentivos laborales. Y no pasa nada.
Si le preguntamos (1) a los propios informales (urbanos y rurales) por qué se crean empresas informales, las respuestas son: el 57,9% lo hizo por razones involuntarias (sobre todo por necesidad económica) y el 42,1% por razones voluntarias (obtener mayores ingresos y ser independiente). La mayoría no escogió ser informal.
Los economistas Laporta y Shleifer, que analizan decenas de países en desarrollo, dicen: “Muchos empresarios informales cerrarían gustosamente sus negocios para trabajar como empleados en el sector formal si se les ofreciera la oportunidad, incluso si los salarios en el sector formal pagan impuestos, lo que no sucede en el sector informal. Pero pocos de ellos tienen esta oportunidad” (2). Agregan que es, fundamentalmente, el crecimiento económico el que reduce la informalidad. Con nuestro crecimiento potencial del PBI en 2% y con el estilo actual de crecimiento la reducción de la informalidad es una quimera.
El debate sobre la informalidad trasciende el aspecto económico y productivo. Hay importantes trabajos que han marcado época en la historia social del Perú en los últimos 40 años.
En 1984, José Matos Mar publicó Desborde popular y crisis del Estado, ubicando la gran migración andina como parte de un movimiento más amplio que cuestiona, desde abajo, el orden legal y social existente expresado en un Estado excluyente. En 1986, Hernando de Soto, en El Otro Sendero, dice que hay informalidad por las barreras burocráticas, sobre todo gubernamentales, que afectan a los sectores más pobres. Hay que liberar la energía reduciendo las regulaciones y promoviendo la obtención de los títulos de propiedad de sus activos, lo que impulsaría el crecimiento y el desarrollo. En ambos casos, el Estado es el problema.
Acercándonos más a la época actual, ha surgido también una amplia literatura acerca de los impactos del neoliberalismo en el Perú, a partir del programa económico fujimorista. Esto se aprecia con la aparición del “emprendedurismo”, palabra que ya se ha introducido como “categoría social”.
En un reciente trabajo de Cuenca, Reátegui y Rentería (El sujeto emprendedor, IEP, octubre 2022) se realiza una sistematización de su origen en las reformas neoliberales de los años 90, que establecieron un momento favorable para los “emprendimientos”.
El trabajo nos dice que el emprendedurismo tiene el objetivo de promover la generación de riqueza de las personas —muchas de ellas informales— a través de la propiedad privada y la economía de libre mercado: “El emprendedor va mucho más allá de la formación de una empresa: es básicamente una forma de ser y estar en el mundo. Es decir, no solo significa armar un negocio exitoso: es, sobre todo, tener la voluntad de querer hacerlo”.
En ese sentido, el emprendedurismo sirve para conjugar las necesidades materiales y la falta de oportunidades en el mercado de trabajo con una narrativa donde sobreponerse individualmente a las adversidades constituye un valor en sí mismo. Podríamos decir que se trata de los emprendedores “superhéroes”.
La narrativa no es nueva. Numerosos trabajos en Chile, que comenzó la experiencia neoliberal desde 1973, tocan el mismo tema. Veamos: “En términos culturales, este proceso de generalización de la empresa como modelo de subjetivación y formalización de la sociedad cristaliza en la figura del ‘emprendedor’. Este sujeto, en su arquetipo, será quien posee la creatividad, la habilidad y la determinación de enfrentar todos los riesgos necesarios para concretar su proyecto y así colaborar al crecimiento de la economía del país” (3).
Agrega: “Este modelo ‘está del lado de los pobres’ y es el sistema más eficiente para generar riqueza, y por tanto eliminar la pobreza. De ese modo, se contrapondrá incluso en un plano normativo a los modelos redistributivos que no fomentarán el espíritu emprendedor, atribuyéndoles incapacidad para promover el desarrollo y que por el contrario se dedicarán a transferir ilegítimamente riquezas de un sector a otro” (ídem).
El planteamiento incluso fue llevado al Plan Nacional de Diversificación Productiva (PNDP) del 2014, con modalidades distintas, como, por ejemplo, la creación de un Fondo Start-Up Perú, para promover productos y servicios innovadores, con alto contenido tecnológico. Eso nos parece muy bien.
Pero la narrativa ha sido más bien un desfile de éxitos individuales, en diferentes ámbitos. Bien por los éxitos, pero, dentro del universo de los 13,4 millones de peruanos que viven en la informalidad, eso no mueve la aguja: dejado al esfuerzo individual, el emprendedurismo no es ni puede convertirse en el proyecto que reduzca la informalidad y la pobreza.
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Sería bueno que haya una publicación o informe con los logros del emprendedurismo. Podría ser, como dice Cuenca et. al: “Por ese motivo, la mayoría de los textos se centra en los procesos antes que en los resultados”. Y podríamos estar frente a una falacia de composición: como algunos emprendedores han tenido éxito, entonces todos los emprendedores (o la gran mayoría) también lo tendrán.
No se descubre la pólvora cuando se afirma: hay que impulsar políticas de desarrollo productivo, con eje en la industria, que tiene alta productividad, valor agregado y que produce empleo. Hay una ley en el Congreso que merece discutirse. También es importante apoyar nuevos motores de crecimiento, en el turismo, en la siembra de madera amigable con el ambiente en la amazonía, entre otros.
Finalmente, la política del emprendedurismo consagra a cada ciudadano como dueño de su propio destino. Todo depende de él y solo de él. Por ahí va el tema de que la libertad económica individual, a la Milei, es la única alternativa. Y eso es polarización y fragmentación pura y dura. ¿Por qué no pensar, más bien, en un nuevo contrato social donde el emprendedurismo sea solo una de las ruedas del coche?
Ya hemos visto la respuesta a la encuesta del INEI: el 57,9% está en la informalidad por razones involuntarias. Lo que desea la mayoría es un empleo, adecuado y digno.
Humberto Campodónico. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.