La imputación a Patricia Benavides de ofrecer investigaciones benévolas a parlamentarios sobre sus delitos a cambio de sus votos en decisiones claves de interés particular —destituir a Zoraida Ávalos, remover a los integrantes de la JNJ, y nombrar a Josué Gutiérrez en la defensoría para que influya en la designación de los relevos— es muy grave.
No solo por lo que implica que la funcionaria del estado cuya misión central es la defensa de la legalidad sea la cabecilla de una organización criminal que aprovecha de manera indebida las prerrogativas de su poder para su beneficio particular, lo que constituye una expresión de decadencia profunda de la institucionalidad peruana.
Sino, también, porque, a partir de la evidencia de la que se va disponiendo, es muy probable que Benavides sea alguien emblemática de lo que sucede en todo el ministerio público, con escasas excepciones, como se puede constatar por el desempeño de los fiscales que alcanzan alguna notoriedad, sea por los casos que investigan —lava jato, por ejemplo—, o los cargos que ocupan, como el ministro multipropósito que el presidente Pedro Castillo nombraba en cuanta cartera se abría.
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Benavides es alguien de capacidades muy precarias. Más allá de que ni podía leer el teleprónter en su mensaje de anteayer sin decir barbaridades como “deslenable” o “indabidamente”, su contraataque de acusar de homicidio calificado a la presidenta y al premier, creyendo que así se salvaba, era absurdo. Y al usar a los fallecidos a inicios de año, la fiscal se proyecta como una traficante política de muertos.
Asimismo, el equipo con el que se rodeó es un grupo de operadores políticos de baja estofa que dejan huella del delito en cada paso que dan, como se evidencia en estas horas; mientras que la calidad personal de sus operadoras políticas en el congreso —las parlamentarias Patricia Chirinos y Gladys Echaíz (ex fiscal de la nación)— revela su vocación del arreglo bajo la mesa.
Benavides es, además, alguien sin escrúpulos, como se desprende de su intención de engañar con tesis inexistentes para ser nombrada; o de usar su cargo para encubrir a su hermana de las acusaciones que le hacen.
¿La JNJ no pudo darse cuenta de algo de todo eso cuando la nombró?
Economista de la U. del Pacífico –profesor desde 1986– y Máster de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Harvard. En el oficio de periodista desde hace más de cuatro décadas, con varios despidos en la mochila tras dirigir y conducir programas en diarios, tv y radio. Dirige RTV, preside Ipys, le gusta el teatro, ante todo, hincha de Alianza Lima.