Me es inevitable, me da miedo cuando las veo. Pasan por mi costado y algo en mí se pone en guardia. Si sobre ella van dos personas, el asunto se me hace aún más complicado. Allí siento, de plano, como producto de un algoritmo mental enajenado, que hay, digamos, 50% de posibilidades de que pierda. Siento que entré a la ruleta, que me la estoy jugando, que por favor la moto pase no más.
Sí, la moto. Las motos nos han empezado a aterrar. Los cascos no ayudan, más bien incrementan el temor. Percibo los cascos como máscaras malignas. No sabes qué cara tienen: el que lleva el manubrio ni el otro que va atrás con él.
No puedes interpretar sus gestos y acaso solo son sus ojos mirando una presa lo único que puedes ver, como a un malo de verdad, cuando tu suerte ya está echada. Que no saquen el chimpún, la pistola, el fierro, por favor, que no me apunten, que no me cierren, que no me miren, que no rompan la ventana, que no me hagan bajar. Que el semáforo cambie.
Sí, las motos han empezado a aterrar. Que no me quiten el celular mientras camino, que no se pongan a mi costado cuando manejo y me apunten, que no se baje el de atrás y le arranche la cartera a la turista, que no sea un sicario, que no disparen al universitario que se resiste, menos a la escolar que no se resiste.
No más motos, por favor. La moto es el fiel caballo de estos jinetes de la oscuridad, esos que, con el casco puesto, pueden irrumpir en el restaurante para despojarte de todo o ajustar cuentas con el que está en la mesa del costado, que pueden entrar a la peluquería, a la tiendita y te fregaste.
¡Ay, mamita, las motos! Lo sé, lo sé: son más económicas que los autos porque necesitan menos combustible, son más ágiles para conducir, su mantenimiento es más barato y te dan mayor libertad y movilidad en cualquier tipo de superficie y hasta cuando el tráfico es infernal. Cualidades al alcance de los malandros, ventajas que aprovechan en la ejecución de sus crímenes, de sus fechorías. Salen a cazar, a raquetear, a matar, a saquear nuestra paz. Tengo miedo.
Me asustan también las zapatillas, las tabas de choro, las conozco, traumáticamente estereotipadas en mi corazón de periodista que me juega a favor, pero también en contra. Como las motos. Nos mandaron la moto, esa que espera al cuco, que lo transporta, que lo ayuda a fugar cuando yo ya no puedo.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.