Petro en su laberinto, por Ramiro Escobar

“Gobernar Colombia con otro estilo, apostando por cambios reales y para enfrentar en serio problemas como el deterioro ambiental, no iba a ser un paseo tranquilo por Bogotá”.

Profesor PUCP

Un año después de su arribo al poder, Gustavo Petro, el presidente colombiano, no está fuera de juego, ni tumbado, pero sí jaqueado por varios lados. Curiosamente, no son sus opositores más conocidos quienes lo han hecho tambalear sino, más bien, miembros de su entorno político y familiar más cercano. Claro, para beneplácito de sus haters más militantes e incansables.

Por un lado, Armando Benedetti, su exembajador en Venezuela (venido de las canteras de la derecha o casi de cualquier sitio en realidad), impulsó un culebrón en el que también estuvo involucrada la ex jefa de gabinete del mandatario. Audios, acusaciones posibles, insinuaciones sobre presuntas contribuciones turbias a la campaña. Que luego se diluyeron relativamente.

Cuando esa tormenta amainaba, apareció el caso de Nicolás Petro, el hijo díscolo, acusado por su expareja de recibir dinero de un narcotraficante. Dinero del cual él se habría apropiado, pero que también habría ido a los fondos de campaña. Como en el caso anterior, los presuntos testigos terminan aclarando que eso no ocurrió y que el jefe de Estado desconocía mayormente la trama.

Si se viera de modo telenovelesco todo este trance, parecería una conspiración de los y las ‘ex’. Pero tanto Ernesto Samper, como Iván Duque, fueron acusados de lo mismo. Al primero, que gobernó entre 1994 y 1998, se le imputó haber recibido dinero del Cártel de Cali; al segundo, de estar vinculado a José Guillermo Hernández Aponte, conocido como ‘El Ñeñe’.

No deja de asombrar que, ahora cuando tantos dedos apuntan a Petro, se olvide estos casos recientes. Petro, por otra parte, ha logrado acometer solo una reforma de las que se propuso: la tributaria, que aumentó los impuestos a los más ricos. Se le han quedado varadas la reforma pensional, de salud y laboral, para lo cual no cuenta con fuerza parlamentaria suficiente.

De allí que el mandatario esté apelando más a la calle bulliciosa, que lo apoyó para llegar a la presidencia, antes que al sistema político oficial. Es un juego audaz, aunque en el momento le sirve para atrincherarse en la convicción de que no será el Poder Judicial el que lo sacará del cargo. Puede exhibir, además, algunos logros que están evitando que caiga al abismo.

Las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), a pesar de los apresurados anuncios de cese del fuego, finalmente tienen un rumbo. El rescate de los niños indígenas sumergidos en la Amazonía también le dio cierto rating. Y en materia económica no se ha provocado el desastre que algunos pronosticaban en una Colombia que viró a la izquierda.

En suma, hay un claroscuro en este primer año, con tendencia a la baja en la popularidad de Petro. Algo que parece la consecuencia de sus errores y de los cabes que le han puesto. Como fuere, gobernar Colombia con otro estilo, apostando por cambios reales y para enfrentar en serio problemas como el deterioro ambiental, no iba a ser un paseo tranquilo por Bogotá.

Ramiro Escobar

Meditamundo

Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.