El horno ya está aquí…, por Ramiro Escobar

“La Organización Meteorológica Mundial (OMM, organismo de la ONU) acaba de informar que el mes de junio pasado fue el junio más caluroso de la historia”.

El lunes 10 de julio, a la una de la mañana, en Madrid la temperatura era de 30 grados centígrados. Cuando vino la luz, el sofoco aumentó. En la calle, en la casa, en un ascensor, en cualquier sitio. Horas antes había estado en Tel Aviv, donde los 33 grados cocinaban a los transeúntes o bañistas, mientras que Jerusalén se aproximaba a 36 grados nada santos.

En Lima, me contaron a la distancia, el invierno era casi playero, con un sol indómito. Al momento de escribir esta columna se registran 42 grados en Riad, la capital de Arabia Saudita. Hay muchos más lugares así en estos días, y a la vez un dato central: ese mismo lunes, la temperatura media global alcanzó los 17,1 grados (habitualmente está alrededor de 14 grados).

La cifra anterior es de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en el inglés) de Estados Unidos. Pero aún hay más: la Organización Meteorológica Mundial (OMM, organismo de la ONU) acaba de informar que el mes de junio pasado fue el junio más caluroso de la historia, al menos desde que se tienen registros.

Algo está pasando, hace ya varios años, con el clima del planeta. Lo sabemos, lo escuchamos, lo leemos, nos insisten en el tema activistas, científicos y algunos políticos responsables. Solo que ahora eso que algunos majaderos pensaban que era un delirio, o parte de una conspiración global, se está comenzando a sentir, a sufrir. En la piel, en el cuerpo, en la experiencia cotidiana.

También en la agricultura, en la pesca, en el acceso al agua (Uruguay, por ejemplo, está con sus reservas de agua prácticamente agotadas), en la expansión de enfermedades. Acá, en nuestro terruño preocupado más por cosas viles o irrelevantes, el avance furioso del dengue está relacionado con el cambio climático, por una obvia razón: a más calor, más mosquitos vectores.

Aun así, es asimismo alarmante la inacción política. Si bien se habla profusamente sobre el tema en foros internacionales, en conferencias y en las mismas cumbres climáticas, las medidas para adaptarnos a este nuevo ciclo de la existencia humana, llamado ya el Antropoceno (cuando es el hombre quien modifica la Tierra, no los procesos naturales de esta), son harto insuficientes.

Hacerlo, en serio, implicaría que la política y la sociedad cambien, radicalmente. Exigiría que nos movilicemos más en bicicleta (o a pie), que compremos menos objetos suntuarios, que comamos menos chatarra, que no consumamos sin control. El político que quiera promoverlo, incluyendo además la transformación del aparato productivo, corre el riesgo de ser impopular.

Porque no pues, porque quién es él para decirme que no tenga dos autos, o que no coma bifes, o que no use bolsas de plástico si quiero. No, mi libertad de elección es primero. De acuerdo, ciudadanos del mundo. Sigamos como siempre. Pero resulta que el horno ya está aquí, no en el futuro o en nuestra mente. El planeta se incendia y de eso no nos salvará una hamburguesa.

Ramiro Escobar

Meditamundo

Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.