Lo que no pudo Napoléon Bonaparte durante su fallida invasión a Rusia, ni el poderoso ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial, en la denominada Operación Barbaroja (invasión de la Unión Soviética), lo han logrado unos aparatitos de alta tecnología conocidos como drones: romper el hermético cerco de defensa de la capital rusa y bombardear el Kremlin, edificios de algunos ministerios y hasta los rascacielos del corazón financiero de Moscú.
Del lado ruso nos enteramos que Irán es toda una potencia en el diseño y fabricación de drones militares. Estas veloces y casi imperceptibles naves se han internado en Ucrania y han destruido objetivos militares y civiles. Y ya son tragedia diaria. Ataques a instalaciones militares, puentes, buques de guerra y hasta graneros. Ni qué decir de esos terribles vídeos que circulan en YouTube y otras plataformas, donde la cámara del dron filma a soldados en sus trincheras (difícil identificar si son rusos o ucranianos) hasta que sueltan una granada y tras la disipación del humo vemos los cadáveres o a los heridos arrastrándose dejando un rastro de sangre.
De estos vídeos, el más conmovedor fue el de un soldado ruso saliendo con una banderita blanca en mano y rindiéndose ante un dron ucraniano. Se trata de una poderosa imagen para la historia de la barbarie bélica que servirá para graficar el conflicto en Ucrania y la tragedia de las guerras del siglo XXI.
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Ahora se sabe que todo ese rollo sobre avistamiento de objetos voladores no identificados “ovnis”, en algunos desiertos de los Estados Unidos, fueron primicias difundidas por los propios norteamericanos para desviar la atención sobre el diseño y prueba de nuevas armas, entre ellas, los drones.
Su eficacia, empero, tuvo fines pacíficos hasta la invasión rusa de Ucrania y ha puesto en jaque a la industria militar. Será por eso que Estados Unidos y los países de la OTAN no escatiman gastos en apoyo a los ucranianos. Detrás de tanta “ayuda” está la inversión en las pruebas de nuevas armas y en el uso de armas que ya son casi innecesarias: los tanques, por ejemplo. Hoy en día, un sofisticado dron o un misil de cien mil dólares puede destruir un mamotreto blindado de 60 toneladas de peso que costó más de 30 millones de dólares.
Como toda guerra, el frente ruso ucraniano es el campo de prueba para nuevas armas de destrucción masiva y para la destrucción de armamento casi obsoleto disfrazado de ayuda aliada en ambos frentes. También para consolidar ese fenómeno militar que se difundió en Medio Oriente desde la injustificada invasión de EE.UU. a Irak. Me refiero a esos ejércitos integrados por experimentados mercenarios de todo el mundo, que también hicieron noticia con la reciente rebelión del influyente Grupo Wagner contra Putin.