Las fronteras de la polarización, por Jorge Bruce
“Cualquiera que defienda la democracia y los derechos humanos, es un caviar. Y si eso no basta para destruir su reputación, siempre se le puede terruquear”.

Hace un buen rato que hemos salido del terreno de la polarización en el Perú. Las tensiones que se viven en la actualidad son de una violencia que rebasa con creces esa categoría de diferencias políticas. De hecho, vemos a diario como en el Congreso se ponen de acuerdo para todo lo que sea en beneficio no del concebido, sino del elegido. Ahí no hay derecha ni izquierda que valga. Tan solo una confluencia de apetitos insaciables, lo que nos está arrastrando por una pendiente cada vez más peligrosa para la democracia. La captura de las instituciones, una por una, es una demostración palpable de cómo nos están arrebatando lo poco que habíamos logrado construir con miras al bien común.
Lo que sí se advierte a diario es una violenta cacería de chivos expiatorios. Ya estamos en el mundo del odio, pero no un odio irracional –aunque muchas veces quienes lo usan como arma arrojadiza se comporten como seres incapaces de pensar–, sino uno plenamente funcional a sus intereses. Aquí va una muestra que ejemplifica mejor lo que estoy intentando transmitir. En la pugna entre la magistrada Inés Tello, de impecable trayectoria y miembro prominente de la Junta de Administración de Justicia, y la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, cuyas tesis se fueron volando, ya imaginarán por quién ha tomado partido el Congreso. La revista Hildebrandt en sus trece cita algunos de los ataques contra Tello.
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La presencia de Benavides en el cargo les es muy valiosa. Así nomás no se encuentra en un lugar tan útil al equivalente de Chávarry o Blanca Nélida Colán. La revista cita estas declaraciones de la fujimorista Vivian Olivos en Twitter: “Esta Junta Nacional de Justicia, hija del lagarto Vizcarra, quiere sacar a la fiscal de la Nación para que los caviares vuelvan a gobernar el Ministerio Público. ¡No lo permitiré!”. Ese mensaje es tan carente de argumentos como infectado de animalización. La palabra clave es, por supuesto, “caviar”.
Un significante tan vacío como la sesera de quienes lo utilizan para descalificar a sus enemigos. Asemeja a una cuchilla suiza bamba: hace de todo y no sirve para nada. Bien mirado, les sirve. Han logrado instalarlo en el imaginario de los peruanos como una descalificación lapidaria, a fuerza de repetirlo a gritos, sin ton ni son. Hay un patrón ahí: cualquiera que defienda la democracia y los derechos humanos, es un caviar. Y si eso no basta para destruir su reputación, siempre se le puede terruquear.






