¿Por qué la madre es la responsable del hogar, de criar a los hijos, velar para que en la casa todo esté en orden: limpieza, ropa, comida?
Por supuesto que son siglos que otorgaron esa responsabilidad a la mujer; aún hoy incluso.
Las religiones, todas, le atribuyeron ese “trascendental” papel; las sociedades lo asumieron como casi “natural”. Ser lo contrario, sembraba la duda sexual acerca de ella.
No es mujer si no sabe cocinar, tampoco si no sabe planchar, menos si no cuida a los hijos, irresponsable si no atiende al marido, incompleta si no tiene descendencia.
Si trabaja, necesariamente, subordinada al varón; la secretaria es el puesto perfecto, en su clásica definición: “la que escucha, escribe y calla, siempre atenta, amable, sirve el café, la comida, el refrigerio” (Mocedades, 1976).
El machismo impera aún, y quién creen que lo predica: la madre, la clásica, la que no es tal si no tiene un hijito, al que le enseña cómo debe ser su futura esposa: abnegada, hacendosa, hogareña.
Hoy se sospecha de la mujer inteligente, se recela de la capaz, da miedo la que sabe más que el “macho”.
Continúa siendo infravalorada, disminuida, mal pagada, postergada, relegada, opacada.
Un trofeo, un adorno, una pieza de exhibición.
Intolerable que una mujer sea la jefa, imposible; peor si gana más que el esposo; impensable que contradiga las órdenes del superior.
Dentro y fuera de la casa, su desempeño sigue la rutina tradicional; todavía se regalan lavadoras, planchas, cocinas, etc. por el día de la madre; aún se les pone un altar y son ejemplo las “amas de casa”.
Parecerá un contrasentido, pero podría empezar el cambio no celebrando el día de la madre.
Columnista invitado. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.