La Sunedu ha sido tomada, sin duda, por los mercaderes de la educación. Congreso y Ejecutivo han puesto en manos de los rectores de las universidades la labor de fiscalización a la que debían someter a sus casas de estudio —poniendo al gato de despensero—. Esto es, también, algo consumado.
No tengo dudas de que arribarán pronto nuevas correlaciones de fuerzas en el que la preocupación por una auténtica educación de calidad se impondrá. El péndulo regresará.
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Esta disputa por la Sunedu me ha hecho pensar en por qué la educación superior —y la defensa de su calidad— no ha gatillado una respuesta ciudadana contundente. Somos millones en el país los que contamos —básicamente— con la educación como la única herramienta para que nuestros hijos cuenten con un buen futuro profesional, construido con esfuerzo y constancia. Por eso creemos en el valor de defender la educación de calidad.
Tengo dos hipótesis para explicar esa apatía.
No se pueden imaginar movilizaciones ciudadanas cuando la prensa concentrada y sus satélites han contribuido a instalar un relato según el cual —la antigua Sunedu— desconoció la realidad de la universidad pública, asumiendo un rol castigador en lugar del espacio del “padre amoroso”.
Algunos medios, operadores al servicio de intereses corporativos o de grupos, cuando mienten y dan cabida a voces que representan intereses mercantilistas en la educación, inclinan el sentido común de la opinión hacia la duda o la ambigüedad. Ya no se puede llegar a la verdad, y al no hacerlo la toma de posición se hace fría y desangelada. Para esos sátrapas, nada mejor que una sociedad que no toma partido. Se diluyen las respuestas contundentes.
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La otra hipótesis que propongo es igual de perversa. Conversé hace meses, por la radio, con un joven abogado de Jaén, Cajamarca. Había estudiado derecho en la no licenciada Alas Peruanas. Este joven, a contrapié de mis comentarios contra las “universidades chifa”, las defendía. Explicaba que cuando quiso estudiar lo único que tenía cerca era un local de Alas Peruanas donde se enseñaba derecho. Él no quería ser abogado, pero no había más en su zona. Su idea, y la de su familia, se asentaba en una suerte de pragmatismo perverso. Consistía en que estudiara derecho, se hiciera con el título y entrara a trabajar al Estado. Allí medraría el tiempo necesario para recolocarse y, aprovechando las grietas del sistema, se instalaría allí los años que hiciera falta.
¿A dónde quiero llegar? Si por un lado tenemos medios de comunicación que acogen el discurso de sinvergüenzas, si son caja de resonancia para sus argumentos esfumando la capacidad de indignación; y si por otro tenemos a gente dispuesta a tolerar una educación mediocre para convertirse en una suerte de profesionales de la nada, que una Sunedu “bamba” irrumpa proponiendo un juego que garantiza inmovilidad y aquiescencia, no tendremos ninguna respuesta.
Comunicador por la UL. Hace 22 años que conduce y produce en radio y Tv. Cursó la Maestría en Ciencia Política en la PUCP. Ha dirigido el Área de Asuntos Públicos del IDEHPUCP. Enseñó periodismo en la UPC y fue corresponsal de Radio Nederland de Holanda. Actualmente conduce “El Informativo” en Radio Nacional.