Junto con el detrás de cámaras grabado por TV Perú del mensaje del golpista de Sarratea del 7 de diciembre, pocos otros elementos revelan tan bien la catadura de quien ejerció la presidencia como los reportajes difundidos en Cuarto Poder el domingo o el publicado por Ángel Páez en La República ayer y el viernes, sobre el involucramiento de Pedro Castillo en el montaje de una red para espiar a funcionarios y periodistas que él consideraba que obstaculizaban su vocación por robar y durar en palacio sin hacer absolutamente nada valioso por el país.
Los reportajes se sustentan en el testimonio de Carlos Barba, un oficial de inteligencia naval en retiro que actuó como agente encubierto de la fiscalía, y que fue contactado por Jorge Hernández (a) ‘el español’, quien, a su vez, lo puso en una relación directa con el entonces presidente Castillo sin haber sido filtrado o investigado previamente por nadie del entorno de palacio.
No es este el espacio para reseñar la investigación que usted puede encontrar en la web de este diario —si aún no lo ha hecho, su lectura es altamente recomendable, particularmente la cita clandestina entre Castillo y Barba en San Bartolo dentro del vehículo presidencial el 13/9/22—, pero sí para extraer conclusiones de su presidencia:
1. La seria limitación intelectual de Castillo para entender la dimensión y la dignidad de la presidencia. 2. La actuación inescrupulosa de Castillo para acosar a funcionarios y críticos de su gestión. 3. La podredumbre del equipo del que se rodeó Castillo. 4. El uso de recursos públicos (Dini y Digemin) para montar redes de espionaje indebidas.
La postura de esta columna frente a Castillo ha sido muy dura desde el inicio, recibiendo críticas de quienes, desde la campaña y durante la mayor parte de su gobierno, lo trataban con una generosidad miope que hoy debieran lamentar. Algunos en la izquierda aún lo siguen defendiendo o justificándolo por un acoso de la derecha.
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Pero, como me comentó Páez, “todo lo que se decía de Castillo empalidece con este caso de espionaje”.
Tiene toda la razón, pues confirma y agrava la convicción de que fue un perfecto idiota salvo para durar en el poder sin otro propósito que robar. Castillo fue un huaico para el Perú.
Economista de la U. del Pacífico –profesor desde 1986– y Máster de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Harvard. En el oficio de periodista desde hace más de cuatro décadas, con varios despidos en la mochila tras dirigir y conducir programas en diarios, tv y radio. Dirige RTV, preside Ipys, le gusta el teatro, ante todo, hincha de Alianza Lima.