Por: Eduardo Villanueva Mansilla
En noviembre de 2020, la calle sacó a un usurpador disimulado. Desde diciembre de 2022, la calle no logra sacar a los responsables de masacres varias, que además están haciendo, en estos tres meses, barbaridades con la gestión pública.
El primer estallido fue acotado, frente a un rival débil y con una salida clara. El que ocupó la presidencia en esa semana optó por encerrarse en un grupo muy específico, fundamentalmente inútil, de políticos sin maña. Una vez que cayó, la salida política tomó un día, y el horizonte de la solución era corto.
Pero en realidad no se solucionó nada, con candidaturas en la elección del 21 básicamente sin cambios; es además probable que las razones por las que menos de 19% de votos válidos fueron a Castillo no habrían cambiado si Vizcarra hubiera continuado en el gobierno; la diferencia, quizá, hubiera sido cierta capacidad de endose de Vizcarra para la elección presidencial.
El gobierno de Castillo fue una calamidad de ineptitud, pero esa derecha histérica que no quiso aceptar su derrota fue la que sembró este estallido, al continuar forzando los errores de Castillo —a los que hay que sumar todos los no forzados que cometió por su propia parte— y hostilizó a sus votantes.
El autogolpe obligaba su destitución, pero la imagen autocongratulatoria de esos congresistas que festejaban su logro dejó en claro que seguían sin respetar el voto popular: fue la culminación de la búsqueda para botar a Castillo, como ejercicio puro y duro de poder palaciego, ignorando a los ciudadanos en su afán de borrar la voluntad popular.
La reacción a la destitución fue visceral, nada extraño pues la crisis fue presentada como efecto de la sofisticada conspiración que lo acogotó desde julio del 21, aunque la causa eficiente haya sido otra. Eso era reflejo también del desprecio al Congreso, que hace mucho actúa desprendido de la sociedad, en sus propios términos de demócratas Potemkin.
Sabemos lo que siguió. Las protestas se aceleraron y radicalizaron hasta alejarse también de la realidad: ¿qué queda cuando se va la presidenta, el Congreso y se convoca una Asamblea Constituyente? El vacío que sería el resultado del estallido hace mucho más difícil encontrarle una lógica que le hable al país como un todo.
PUEDES VER: Padre de soldado que murió ahogado en Puno pide justicia: “Es culpa de la presidenta Dina”
Ese es el problema de las coaliciones negativas: no hay dónde llegar, solo de dónde salir. En este caso, y con razón, buena parte de nuestra sociedad está harta de los demócratas Potemkin y de la coalición oportunista que nos gobierna; llamarle democracia a lo que se está construyendo es una broma.
Pero la pregunta que queda es, si triunfa este estallido, ¿qué reemplazará lo que hay? Para buena parte de la sociedad peruana, no es una pregunta banal.
Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.