Por Hernán Chaparro. Psicólogo social, Facultad de Comunicación, Universidad de Lima.
El día jueves de la semana pasada, la fecha en que se iniciaba la declarada toma de Lima, parecía que las fuerzas del orden habían logrado organizarse mejor para responder a las movilizaciones en la capital. Indudablemente, ese accionar debía ser complementado con otras medidas a nivel de gestión y otras claramente políticas, pero parecía un avance luego de tantas muertes.
Poco duró el momento porque el fin de semana la desproporcionada intervención en San Marcos mostró que la repetición del despliegue adecuado de la policía no está garantizada y que los excesos pueden repetirse en cualquier momento. Hasta la misma rectora, que fue quien solicitó la intervención, terminó criticando la forma en que actuó la policía. Solo ese hecho es un buen motivo para plantear el necesario adelanto de elecciones para este año.
Para complicar más las cosas, en lugar de aprender y corregir a partir del error, el Ejecutivo, con el nuevo primer ministro a la cabeza, ha ido reduciendo su repertorio discursivo para caer en el maniqueísmo que tanto se le criticó a Castillo. Sea por temas coyunturales vinculados al cambio de gobierno o más estructurales, un comportamiento de ese tipo vaticina más violencia, muertes y una mayor pérdida de legitimidad de los mecanismos que la democracia tiene para resolver conflictos. De seguir actuando así, la situación solo puede empeorar.
No se puede dejar de expresar el rechazo a los reiterados intentos de toma de aeropuertos, quema de locales del Poder Judicial, municipios o comisarías, pero la respuesta que se viene dando solo favorece y aglutina más a quienes buscan, por la fuerza, imponer su agenda política. La psicología social ha estudiado en profundidad cómo en la confrontación las identidades de cada grupo se profundizan. Responder a las protestas violentas con violencia solo acorta la distancia entre los ciudadanos decepcionados y los grupos violentistas.
Aunque en las movilizaciones no hay hasta ahora liderazgos identificados, es evidente que los reclamos maximalistas coinciden con la postura de bancadas de izquierda que buscan forzar una constituyente. Pero eso es una cosa y otra el reclamo ciudadano. En los lugares donde el voto a favor de Pedro Castillo fue mayoritario en segunda vuelta, el discurso que se fue estructurando desde las acusaciones de fraude fue que el Congreso no dejaba gobernar al presidente.
Desde ahí es que se sostiene la narrativa de que lo presionaron para dar el golpe, así como otras explicaciones que apuntan a negar un contundente hecho. Además del tema identitario, el rechazo a los políticos y al Congreso está en la base de las manifestaciones. El gobierno tendría que ser más empático con ese sentir, que es político, y dar una respuesta política. En esa línea, la búsqueda de un adelanto de elecciones debería partir del ejecutivo como iniciativa.
Desde posiciones autoritarias o desde el miedo se pide “restablecer el orden”. ¿Qué orden? ¿El que nos ha llevado a esta crisis? Alan García en el 2006, cuando fue electo presidente, tuvo la habilidad de identificar que en el país había una demanda de cambio y que un sector de los votantes veía en Ollanta Humala, y en su propuesta de nueva Constitución, una posibilidad de que eso ocurra. García hizo campaña, y fue elegido en parte, porque ofreció un “cambio responsable”.
Más allá de las evaluaciones que se puedan hacer de su segundo gobierno, lo que esto permite ver es que hay formas diversas de abordar la confrontación incorporando la demanda ciudadana. Muchos de los reclamos pasan más bien por una urgente reforma del Estado que ningún gobierno asume. Bastante más necesaria y a la vez impopular que una asamblea constituyente, pero se tiene que explicar y plantear cosas concretas que pongan en evidencia que ahí está buena parte de las soluciones que se demandan. Se pide cambios, justicia, no balas.
Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.