Las encuestas son una foto del momento y tal vez no sea el momento de tomar la foto. No en esta hora loca en que nos toca vivir en tanta confusión, intereses y mensajes cruzados. Pero es lo que hay. IEP nos da estos datos: solo 27% está de acuerdo con que Dina Boluarte haya asumido la presidencia del Perú. No viene la pregunta de si hubiera preferido que asuma Williams, pero el 83% quiere un adelanto de elecciones. Solo 13% quiere que la presidenta se mantenga hasta el 2026. Parece que ella entendió el mensaje, aunque le ha costado aceptarlo. Recién el domingo 11, muy tarde en la noche, aceptó que tenía que irse.
Boluarte no tiene bancada, no tiene partido, no tiene apoyo popular y el Congreso se negó este viernes, en un movimiento suicida, a adelantar elecciones. Lo único que le quedaba en un momento de alta violencia en las calles era renunciar y de esa forma forzar a una convocatoria a elecciones “de inmediato” como manda la Constitución. Asume el presidente del Congreso, pero esa inmediatez sigue dependiendo de plazos legales y constitucionales que este Parlamento se niega a modificar. Si no se mueve una coma de la ley y la Constitución, solo se podría juramentar un nuevo presidente el 28 de julio del 2024. Y ese plazo resulta hoy inaceptable.
Aquí cabe añadir que el nivel de desprestigio del Congreso es brutal. 44% aprueba que Pedro Castillo cerrara el Congreso, pese a que lo hizo de forma inconstitucional. Confieso que pensé que sería más alto considerando el 80% que tuvo Fujimori o un porcentaje similar de Vizcarra (aunque este sí usara un camino constitucional). Pero igual 44% es muy alto para un presidente acusado de ladrón. Es decir, los encuestados prefieren un dictador que roba en su cara a soportar al Congreso que nos ha tocado. Dice mucho de lo que es hoy el Parlamento.
Sin embargo, Boluarte no renunció. Apareció el sábado en una puesta en escena que anunciaba una militarización de su discurso. Una cosa es ser firme y otra autoritaria. Estuvo muy bien hablando en quechua a quienes con legitimo derecho considera “su gente”. Pero los primeros en hablar, luego de ella, fueron altos jefes de las Fuerzas Armadas y policiales. Daban una sensación de seguridad que es muy popular y estimada, pero no dijeron una palabra de lo que era imperativo saber: ¿quién es responsable de los muertos?
Con 19 muertos y contando, porque hay heridos muy graves, la caída de Pedro Castillo del poder deja una cuota de sangre que es injusta y cruel. Nada de lo que se haga puede reparar la muerte, pero las familias tienen derecho a saber quién y cómo mató a los suyos. Sin adelantar nada, las heridas son de bala y bala tienen las fuerzas del orden. Mientras las fiscalías no emitan sus informes preliminares y se establezcan, aunque sea presuntas responsabilidades, la tranquilidad será fugaz y aparente. De eso, no ha habido desde el Gobierno ni una palabra.
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Si minutos después la Dircote realiza allanamientos al partido Nuevo Perú y a la Confederación Campesina del Perú y los fiscales tienen que llegar corriendo, se comienza a entender que Boluarte ha encontrado un apoyo impensado para cualquier presidente desde que cayó Fujimori: el poder militar, que no es deliberante. Este es un camino muy peligroso para la democracia y desde donde sus enemigos cosechan sus mayores triunfos. Ha anunciado un cambio de gabinete, lo cual parece urgente para su sobrevivencia ya que tiene dos ministros renunciantes (por los muertos) y un presidente del Consejo de Ministros que vive en una realidad paralela. Se especula que su reemplazo es Jorge Nieto y esa sería una buena opción para bajarle el giro autoritario al discurso.
Pero es cierto que la pelota está en la cancha del Congreso, que con las excusas más simplonas (“asamblea constituyente” es un Congreso y todos odian al Congreso) ha unido a izquierdas y derechas aferradas a su asiento. Otro espectáculo penoso de caudillos mínimos y prebendas que todo el país desprecia. Boluarte siempre podrá renunciar y esa arma la puede usar en cualquier momento. Más vale irse con un mínimo de dignidad, si todavía les queda alguna.
Paz, siempre. Pero no la paz de los cementerios.