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Correr en una pesadilla

“Cuando intentamos huir de esta confluencia catastrófica, el Congreso se yergue como la fuerza invisible que nos lo impide. En vez de actuar con talante democrático, se esmera en hacerlo a contracorriente”.

Todos hemos tenido la angustiosa experiencia de tratar de huir de algún monstruo de nuestro imaginario durante una pesadilla, mientras dormimos. Sabemos que, lejos de Usain Bolt, lo que sucede es que una fuerza invisible nos paraliza las piernas y avanzamos con una lentitud desesperante, mientras la amenaza se acerca inexorablemente. Lo interesante es que, en la mayoría de casos, a diferencia de las películas de terror, nunca llega a atraparnos. O bien nos despertamos angustiados, o el escenario del sueño cambia. El monstruo que nos persigue de manera implacable es, precisamente, nuestra angustia.

De ese monstruo sí somos la presa. La situación de entrampamiento político en la que estamos sobreviviendo en el Perú tiene varios de esos elementos del peor escenario posible. La derecha temía —y una parte de la izquierda anhelaba— una dictadura comunista. Resulta que, lejos de esa versión ideologizada, estamos en manos de una banda de delincuentes en su versión más primitiva. Es de corte familiar, pues en los niveles más básicos del vínculo social solo se confía, y esto es, en las personas más allegadas. Es, además, extremadamente conservadora en cuestión de derechos humanos. Por último, es de una inepcia insuperable en una época complicadísima en el mundo, no solo en el Perú.

Cuando intentamos huir de esta confluencia catastrófica, el Congreso se yergue como la fuerza invisible que nos lo impide. En vez de actuar con talante democrático, se esmera en hacerlo a contracorriente. Acusan al presidente Castillo de traición a la patria por unas declaraciones imprudentes en una entrevista por televisión. Estoy persuadido que no lo hacen por mera estupidez. Más bien pienso que saben lo que hacen y por eso, como dijo Jesucristo en la cruz, no tienen perdón. Saben que la “idea” no tiene pies ni cabeza y por eso no va a prosperar. De este modo, todos siguen en sus ajetreos para obtener el mayor botín posible, a nuestras expensas.

Toda pesadilla en algún momento se desvanece, aunque retorne a la noche siguiente. Puede incluso que, como nos enseñó Augusto Monterroso, el dinosaurio siga allí al despertar. Es decir que nada nos garantiza que nuevas elecciones traigan un mejor elenco. El asunto es que la angustia no es un enemigo externo que nos invade. Somos nosotros quienes la engendramos. Por ende, somos nosotros los únicos que podemos erradicarla.

La República

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