Por Hernán Chaparro. Psicólogo social. Facultad de Comunicación, Universidad de Lima.
A pesar de la conciencia de los múltiples problemas que afrontamos en el ámbito distrital o regional, se acercan las elecciones municipales y el desinterés en el proceso es más alto que en otros. La gente está transfiriendo a estas elecciones el acumulado de decepciones previas.
Una historia que en las regiones del país tiene ya una larga data y que enterró a más de un partido que se hacía llamar nacional. Tomando en cuenta las tres últimas elecciones en Lima, el porcentaje promedio de ausentismo fue de 16% y el de votos blancos y nulos de 11%, sin variaciones significativas. Veremos qué ocurre el dos de octubre.
¿Se puede comparar el proceso de elección de un producto con el de un político? Hay algunos temas comunes, pero muchas diferencias. Durante una elección hay marcas partidarias y personales (últimamente, más esto) que compiten por el interés y tiempo de la gente.
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Es importante que el votante ideal sea alguien que averigüe más sobre la oferta existente, pero ni siquiera eso ocurre en el mundo del consumidor, donde las motivaciones pueden ser diversas. Ni ahí la racionalidad se usa tanto. Se busca y decide, pero los incentivos son variados, lo emocional y simbólico también juegan un rol.
Un tema que aparece en este ejercicio comparativo es que la gente compra algo cuando lo necesita, ya sea para satisfacer una demanda pragmática, de estatus o emocional. ¿La gente siente que necesita de un político, de un alcalde? Nuestra cultura política identifica problemas y necesidades en la ciudad.
En Lima, el tema de seguridad preocupa a todos. ¿Se ve a un alcalde como parte de la solución? ¿Consideran que se justifica invertir tiempo y energía en informarse sobre lo que plantean? ¿Qué se puede hacer cuando uno entra, obligado, a una tienda donde ve que todo lo que hay para comprar está malogrado o no funciona bien? Ya sabemos que el riesgo es que se vayan a buscar a otro lado… o que dejen de comprar.
Es bueno ver el punto de partida en el que se encuentra ese electorado para que pase de una disposición a otra. El desinterés existente no se puede entender sin poner en contexto ni mirar el proceso histórico de la relación entre demanda ciudadana y oferta política.
Venimos viviendo el deterioro de una institucionalidad que nunca funcionó de manera suficientemente buena y que poco a poco ha ido afectando la relación entre pobladores y representantes en el ámbito regional y municipal.
El estudio del Barómetro de las Américas (Carrión et al., 2021) muestra con claridad que las personas confían menos en otras y en el Gobierno en la medida que perciben e interactúan con instituciones fallidas. Si bien el estudio se orienta más a la confianza en las elecciones presidenciales, los resultados se podrían extender a lo local.
En el 2012 el nivel de confianza en las elecciones en Perú era semejante al promedio de la región, 46%. En la medición del 2021, mientras que en la región se mostró una elevación de la confianza, en Perú esa cifra descendió a 33%.
La poca rendición de cuentas, falta de transparencia y la corrupción en la política son algunas de las variables que explican la desconfianza institucional. La noticia del fin de semana sobre el inadecuado uso de fondos partidarios solo reforzará esa idea.
En quince días puede pasar de todo y ya hubo elecciones municipales como las del 2014 y 2018 donde los candidatos en Lima crecieron más de un punto porcentual por día en el último tramo.
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En el 2014 ocurrió con Cornejo, aunque no ganó, y en el 2018 con Muñoz, que se alzó con el triunfo. El debate del domingo previo ha venido siendo importante por el mayor nivel de atención de esos días. Los errores y denuncias que se producen en esa parte del camino también tendrán algún impacto. Son las cosas que ocurren cuando a uno lo obligan a comprar y todo se ve fallado.
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