El fútbol, lo nacional y las emociones, por Hernán Chaparro

“Seguro que entre la hinchada hay personas que se mueven desde el orgullo y la esperanza, como habrá quienes se motivan más por la confrontación y la rivalidad”.

Por: Hernán Chaparro, psicólogo social, Facultad de Comunicación, Universidad de Lima

El entusiasmo y la esperanza por el devenir de la selección peruana debe ser una de las pocas emociones colectivas positivas que nos quedan en estos días. Los estudios sobre movimientos sociales encuentran que, si bien la rabia o ira pueden llevar a movilizaciones, la esperanza, entre otros sentires, es la que se asocia a la continuidad de un movimiento (Wlodarczyk et al. 2017).

La relación entre la selección y la hinchada ha evolucionado mucho, pero años atrás esa era una de las emociones que podíamos compartir colectivamente junto a otras. Hoy brilla más por la presencia de un amplio desánimo sobre nuestro devenir como colectivo. Si algo frena la tan esperada movilización ciudadana contra tanto actor político asociado a la corrupción, es justamente la falta de confianza en quienes promueven el cambio y la poca esperanza en que nuevos actores nos lleven a un mejor resultado (encuestas IEP e Ipsos). La esperanza se ha ido ahí donde considera que es mejor escuchada. Los sentimientos siempre son parte de un vínculo, no surgen ni se mantienen de la nada.

Más allá de los resultados, como hinchada hemos ido creciendo y consolidando un estilo que ahora es también un símbolo y motivo de orgullo. Años atrás mirábamos y escuchábamos, con cierta envidia, a las barras argentinas o europeas que eran en sí mismas un espectáculo de cánticos y algarabía. El reconocimiento de ser la mejor barra en el último Mundial ha permitido que esto se consolide y refuerce. Antes, el peso de la expectativa estaba más orientado a la performance de la selección. La barra era importante, pero hoy no solo es la barra, sino el conjunto de la afición que se siente un jugador más. Antes solo esperábamos un buen resultado de la selección, ahora, al menos en el fútbol, lo esperamos de todos. Pero no todos se mueven por los mismos motivos.

El entusiasmo por la selección me recuerda un estudio sobre nacionalismo (Chaparro, 2009) donde se identificó cuatro tipos de relación con lo nacional. Uno era el nacionalismo construido a partir del sentimiento de orgullo. Un orgullo relacionado con símbolos diversos como el de nuestro pasado incaico, recursos y paisajes naturales, la gastronomía, etc. El otro era el sentimiento nacional construido desde la animadversión. Si bien en este grupo estaba presente un sentir endogámico donde solo se podría considerar peruano al que vive en Perú, e ideas por el estilo, lo que primaba era la animadversión a los vecinos del sur, a España (con relación a la invasión del siglo XVI) y un rechazo a lo norteamericano en tanto poder global. Un tercer grupo eran los no nacionalistas, que se podían sentir más cosmopolitas o regionalistas, pero la idea de ser parte de una “comunidad imaginada” no era lo suyo. Hasta ahí más o menos lo que la literatura internacional encuentra en otros países. Un cuarto grupo, que podría tener un mayor sabor local, es el que denominé “nacionalistas reactivos”. Personas que no se sienten parte de un proyecto colectivo, pero que tampoco muestran mayor rechazo a lo extranjero. Son individuos desconectados de lo colectivo, pero que, y acá la paradoja, se entusiasman en determinadas coyunturas donde lo nacional se ve amenazado: un conflicto, una amenaza de invasión, ¿una clasificación al Mundial? Seguro que hay mucho más que explorar en este tema, pero este segmento siempre me evocó un sentimiento de lo lábil que puede ser a veces el entusiasmo por lo nacional. Un grupo intenso, pero de emociones de corta duración.

Seguro que entre la hinchada hay personas que se mueven desde el orgullo y la esperanza, como habrá quienes se motivan más por la confrontación y la rivalidad. Pero también está este grupo de huérfanos de proyecto nacional que se entusiasman un rato para luego volver a lo suyo. La esperanza en el futuro de nuestro país reclama más goles en muchas otras canchas.

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Hernán Chaparro

La otra orilla

Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.