Sentimientos sin partido

“Paradojalmente, un beneficiado del antifujimorismo ha sido Renovación Popular. Sigue sin aparecer un partido o frente que canalice ‘eso’ desde una mirada progresista”.

La decisión del Tribunal Constitucional, con relación a la situación judicial de Alberto Fujimori, ha vuelto a movilizar un conjunto de creencias y sentimientos que normalmente denominamos fujimorismo y antifujimorismo, como si fueran dos bloques uniformes. Son intensos, pero no permanentes ni homogéneos.

Primero fue el fujimorismo. Si nos ubicamos en los noventa, Alberto Fujimori fue quien calmó miedos al manejar la inflación que dejó García, canalizó el sentimiento antipartido con la disolución del Congreso, aplacó el temor al terrorismo con la captura de Guzmán. Durante años, con el manejo corrupto de los medios, se construyó una imagen de salvador y ordenador. Recién al final de su gestión hubo mayor publicidad sobre lo ilegal y amoral de diversos actos de su gobierno. Algunos escinden estos datos o consideran que fueron una suerte de daños colaterales.

El antifujimorismo se larvó en los noventa, pero se expandió con el ingreso de Keiko Fujimori a la escena política. El No a Keiko apareció en el 2009. Antes de ella, las votaciones naranjas no pasaron del 7%. La situación carcelaria de Alberto Fujimori y los juicios asociados siempre han movilizado opiniones y acciones a favor y en contra; pero el antifujimorismo se reforzó luego de la participación de Fuerza Popular en el Congreso del 2016 y con las acusaciones sobre lavado de activos que comprometen a Keiko Fujimori.

Si bien sabemos que los partidos en Perú a veces parecen una coartada y que el sentimiento antipartido es generalizado, no deja de llamar la atención que estas dos intensas identidades políticas no hayan derivado en militancia partidaria significativa. Más influyen en el comportamiento político convencional (en particular el electoral) y en el no convencional (participación en marchas, en movimientos por derechos diversos y ciberactivismo, principalmente). Lo electoral implica más a Keiko Fujimori y las marchas y protestas incluyen también al fundador del movimiento. En ambos lados hay grupos diversos. Así como hay activistas, hay quienes simpatizan con una u otra posición sin ir más allá de una discusión familiar o amical.

Según el Registro de Organizaciones Políticas del Jurado Nacional de Elecciones, al 2019 Fuerza Popular tenía 7.378 militantes inscritos. Una cifra que con sus más y menos se mantiene desde el 2014, antes era menos. Son el 1% del total de militantes inscritos en partidos vigentes. El sentimiento fujimorista no habrá logrado que Fuerza Popular gane elecciones, pero es más grande que lo que indica ese bajo porcentaje. ¿El fujimorismo electoral es también un anti? Apareció con Humala y llevó a que se haga una ecuación entre él, Vizcarra y Sagasti. Lo de Castillo ya es la pesadilla. El terruqueo es parte de este discurso. Cuando se debate sobre Alberto Fujimori, los ejes son otros, pero también aparece el reclamo de haber sido quien derrotó a Sendero.

En el antifujimorismo hay personas de diversas tendencias ideológicas, no todos son de izquierda. En positivo, se defienden una serie de derechos, pero nunca se han articulado en un partido o frente. Lo más parecido a una organización política antifujimorista fue el sancochado del 2011, la efímera Alianza para el Gran Cambio que lideró, es un decir, PPK. Ha sido más la preocupación por reclamar y defender ciertos derechos, rechazar determinadas situaciones vistas como injustas, que un interés por expresar esto en militancia partidaria. Si bien no se reduce a eso, muchas veces ha implicado votar por el candidato que no sea Fujimori para arrepentirse luego de un tiempo. La última elección presidencial ha llevado esto al extremo y agrava la pregunta de ¿qué hacer? Paradojalmente, un beneficiado del antifujimorismo ha sido Renovación Popular. Sigue sin aparecer un partido o frente que canalice “eso” desde una mirada progresista.

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La República

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