El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En Perú, este año se ha elegido el lema “¡Nuestras voces contra el machismo y el fascismo!”, para señalar de manera radical dos fuentes de las violencias que experimentamos las mujeres y diversidades.
Machismo encontramos en todos los ámbitos —el hogar, el trabajo, la política, etc.—, como reflejo de los valores patriarcales que persisten en la sociedad peruana. En cuanto al fascismo, si bien es un término más asociado a la política de masas de inicios del siglo XX, su uso hoy responde a la necesidad de denunciar en voz alta el avance del violento extremismo de derecha en el país.
Y es que es innegable la presencia de corrientes políticas y confesionales que se oponen a la igualdad y boicotean la democracia en sus intentos de negar la ciudadanía plena de las mujeres y su derecho a vivir sin violencias. La agenda de estos grupos está perfectamente alineada contra los derechos de las mujeres, buscando cortar avances o revertirlos: se oponen al enfoque de igualdad de género en la educación, a la educación sexual integral, a la distribución del anticonceptivo oral de emergencia y a la interrupción del embarazo en casos de violencia sexual (¡incluso cuando se trata de niñas y adolescentes!). Es decir, se oponen a que las mujeres tengan los medios para identificar la violencia sexual y para lograr su autonomía.
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Por otro lado, estos grupos —que tienen representantes en el Congreso— se oponen a la paridad con la misma terquedad con que se niegan a sancionar el acoso político contra las mujeres, una forma de violencia muy común. Aunque siempre se han opuesto a legislar sobre estos asuntos, en el último tiempo han optado por la hipocresía y de pronto aparecen denunciando la falta de mujeres en el gabinete o los insultos sexistas contra congresistas, entre otros hechos que antes no solo dejaban pasar, sino que alentaban, en consonancia con su misoginia.
La entraña violenta de este extremismo y su aversión a los avances que las mujeres han logrado es usualmente pasada por alto, en parte porque su acción política está envuelta en discursos de apariencia positiva, como la protección de la familia y de la niñez, dos conjuntos en los que las necesidades de las mujeres se disuelven, las violencias se “perdonan” y el aporte económico del trabajo de cuidados (cocinar, limpiar, lavar, atender el hogar) se vuelve invisible, pues para los machismos y fascismos este es el “rol natural” de nosotras las mujeres.
Este último punto es crucial dada la crisis económica y de supervivencia que impone la pandemia. Es el trabajo de cuidados realizado por las mujeres el que sostuvo al país cuando el avance del virus colapsó el precario y desarticulado sistema de salud. Es esa labor no remunerada la que soportó el peso del subempleo o de la “suspensión perfecta”, cuando no del desempleo y del hambre que, como en otros momentos críticos de la historia peruana, las mujeres han resuelto con dobles jornadas, redes familiares y organización en sus barrios. Los machismos y fascismos se niegan a reconocer este protagonismo de las mujeres y por ello son denunciados en el marco del #25N. La desvalorización del trabajo doméstico, la doble o triple jornada laboral, la precarización del trabajo femenino, todo ello es violencia y afecta a las más vulnerables. Dejemos a los machos de la política en su discusión sobre “caviarismo” o “fujicerronismo”, términos que reflejan su pobreza de horizontes y su lejanía frente a los intereses de las mujeres. Nuestra tarea es construir un movimiento contra la violencia patriarcal y ello no será posible sin una revolución de los cuidados.
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Opinión
Socióloga por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Nací en Lima, en La Victoria, en 1988. Excongresista de la República. Fui Presidenta de la Comisión de la Mujer y Familia. Exregidora de la Municipalidad de Lima. Soy militante de izquierda y feminista.