Acabo de terminar El último dictador (Debate, 2021), un libro necesario y fundamental para quienes quieran conocer qué cosa significó el régimen autocrático de Alberto Fujimori. Desde su asunción hasta su caída. Es una publicación gorda, pero que se lee con facilidad. Se trata de una crónica política a la que no se le pasa un detalle. Ni uno.
En sus páginas no hay juicios ni análisis sesudos, solo hechos. Como dice en el prólogo su autor, José Alejandro Godoy: privilegia “el relato antes que la explicación científica”. Y se complementa con otras publicaciones que se han especializado en un ángulo particular del gobierno fujimorista.
Godoy pareciera haberse metido al cuerpo toda la literatura existente sobre el tópico, y visitado todas las hemerotecas para que no se le escape nada. Su obra es un viaje puntilloso y pormenorizado por una década intensa y compleja, en la que el Perú fue capturado por una banda de asaltantes a cara descubierta.
“Proclamo que desde hoy la palabra moralización dejará de ser un vocablo de rutina en los discursos de 28 de julio”, dijo Fujimori en su primer mensaje, y Godoy nos lo refresca. Luego, líneas más adelante, irá contando otros pasajes. El zarpazo de 1992. La creación del Grupo Colina, que tuvo su germen en otro grupo similar denominado Escorpio. La carta bomba dirigida al abogado Augusto Zúñiga, que lo dejó manco. O la que asesinó a la periodista Melissa Alfaro. Las ejecuciones extrajudiciales selectivas. Los psicosociales. Las componendas de la corrupción. El copamiento de las instituciones. La Operación Victoria que llevó a “la captura del siglo”, que terminó encerrando de por vida a Abimael Guzmán, y de la cual no supo ninguna de las personas de más alto poder en el país, incluyendo a Fujimori y Montesinos, quienes ni siquiera se encontraban en Lima el recordado 12 de septiembre de 1992.
Como cuenta Godoy, antes lo supo George H. W. Bush que el mandatario, debido al enlace de la CIA que estaba junto a Benedicto Jiménez en el GEIN. La mayor parte del gabinete, por lo demás, se encontraba en una recepción en la embajada británica.
Y claro. También se narra el intento de contragolpe del 13 de noviembre de 1992. La re-reelección. El control y la prostitución de la prensa. El chuponeo telefónico. La persecución contra los críticos. El Plan Bermuda para asesinar a César Hildebrandt. El acta de sujeción. La historia del video que tumbó al régimen. Y así, hasta la vergonzosa renuncia por fax.
El último dictador debe leerse obligatoriamente, porque, además de estar escrito con seriedad profesional y pulcritud, nos recuerda los ocho años en que nos robaron la democracia. Eso, y que las dictaduras no son eternas.
Periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y tv. Es autor de una decena de libros, entre los que destaca Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en coautoría con Paola Ugaz. Columna semanal en La República, y una videocolumna diaria en el portal La Mula.