No han podido cumplirse con demasiada alegría ni suficiente tranquilidad los rituales de Año Nuevo: dar la vuelta a la manzana con maletas; ponerse prendas de vestir o ropa interior amarilla; o saborear, una a una, las doce clásicas uvas. En todo el mundo, ha habido una inevitable desazón en las celebraciones de antenoche. No podía haber sido distinto, al cabo de un 2020 fatídico.
Parece una coincidencia, involuntaria pero sadomasoquista, que fuera designado como el Año de la Universalización de la Salud, en el Perú. Más certero ha sido el horóscopo chino, al catalogarlo como Año de la Rata. En rigor, ha sido el primer año de una era de pandemias, advertida por Ugur Sahin, el creador de la vacuna de Pfizer.
El COVID-19 nos ha llegado cien años después de la gripe española que, entre 1918 y 1920, contagió al menos a un tercio de la población mundial de aquel entonces. Una gripe que causó más muertes que la Primera Guerra Mundial, a cuyo término, justo apareció.
Ahora, se cumple también un siglo del inicio de los Felices Años 20, los veintes dorados o los años locos (roaring twenties), que corresponden al período de prosperidad económica que tuvieron algunos países de Occidente, después de la guerra y de la fiebre. Y que terminaron, con estrépito, el 29 de octubre de 1929, inicio de la Gran Depresión; nido del nazismo y la Segunda Guerra Mundial.
Existe el riesgo de que los seres humanos repliquemos el rugido, los desbordes y los desmanes de los años veinte del siglo pasado. Un gran riesgo, dado que estamos lejos de haber derrotado el hambre, la enfermedad y la guerra. La pandemia, la agresividad compulsiva de la competencia entre EEUU y China, y la desigualdad, le han serruchado el piso a la idílica profecía de Yuval Noah Harari. No seremos dioses. Al menos, no todavía.
La primera tribulación concreta, en el año que empieza, se refiere a la pandemia y la vacuna. ¿Será capaz la humanidad de vencer (colectivamente, ¡claro!, no hay otra manera) a la pandemia?; es decir, a las pandemias. Ojalá que la velocidad para inventar, fabricar y distribuir vacunas, empate o supere a la de expansión y mutación de los virus.
La segunda tribulación concierne al calentamiento global. ¿Nos queda aún tiempo para firmar la paz con la naturaleza y el clima, o seguiremos arrojándonos al precipicio de la autodestrucción colectiva?
En tercer lugar, no ha desaparecido del todo la amenaza de una guerra mundial nuclear. Aunque Trump se va, la irracionalidad de los gobernantes siempre puede desbocarse. Con resultado fatal, aún para los vencedores. Hay una lógica de la carrera armamentista que puede imponerse sobre el manejo de los hombres y las mujeres de Estado. Ya se vivió en 1914. Guerra y pandemia juntas engendrarían el horror que advierte “la Valla”, de Netflix.
Por último, cuarto jinete del Apocalipsis, ¿hasta dónde va a llegar la desigualdad, entre naciones y dentro de cada nación? Hoy en día, el hambre, que tanto, y con tanta razón, indignó y motivó a Josué de Castro, en su Geopolítica del Hambre, ya en 1951, sigue siendo un subproducto de la desigualdad. La producción mundial de alimentos permitiría cubrir las necesidades de la humanidad entera, si fuera bien distribuida. En esto, tiene razón Harari. Lo mismo pasa con la pobreza. No es absoluta, sino relativa. El problema de fondo es la desigualdad.
Felizmente, vivimos un crecimiento notable de la conciencia y de las demandas colectivas. Aminora, en todas partes, la resignación frente a la injusticia y el abuso. La educación de los más, junto con la escandalosa ostentación de los menos, acelera el proceso. La esperanza y el deseo, para el año y la década que empiezan, es que esta levadura siga fermentando.
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Rafael Roncagliolo. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.