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Buscando a muchas

“Estas, en Dejo este cuerpo aquí (2020) de Natalia Iguiñiz con la curaduría de Eliana Otta (Vigil Gonzales galería), recogen palabras escritas por mujeres para estar en la calle, para...”.

Nos reciben pequeñas imágenes básicas en blanco y negro, sobre papel, tomadas de internet. Están prendidas por alfileres y una al lado de la otra hacen una historia múltiple, sin fin. Estas, en Dejo este cuerpo aquí (2020) de Natalia Iguiñiz con la curaduría de Eliana Otta (Vigil Gonzales galería), recogen palabras escritas por mujeres para estar en la calle, para reclamar, para decir que estamos hartas, que basta. Palabras escritas para gritar, todavía no parecen suficientes por sí mismas para solo decir.

Esta narrativa físicamente lineal se subvierte por el sello trepidante de las plazas y avenidas tomadas una vez tras otra. Seguirla es pensar en el costo que tiene para las mujeres hacer de lo público un lugar para nosotras. El deseo transformado en formato de reclamo habita ese espacio y puede embellecerlo, de modo fugaz rebajar su textura amenazante, sus horrores.

Luego el ojo de la artista recorre la ciudad, y esta aparece en toda su fealdad, esa que nos desmerece a todas, la que nos cubre con un polvo pegajoso la piel y el vestido, la que impide cuidarnos, oler bien, complacernos con el paisaje y disfrutar de lo que puede ofrecer lo urbano en su diversidad y anonimato. No es difícil encontrar sardineles siniestrados, los restos de cruceros peatonales que para pocos existieron y nadie parece extrañarlos, propaganda de toallas higiénicas cuyos colores ridículos, celeste y rosado, siguen diciendo del horror patriarcal al sangrado mensual de las mujeres; hostales para un sexo que no puede encontrar la intimidad, que no abandona lo clandestino cuando se necesita abortar.

Lo que no es fácil y es ahí lo más sorprendente de la creatividad de Natalia Iguiñiz, es encajar torsos, muslos, cuellos, nucas y cabezas de mujer contenidos, impresos, en cartones que fueron cajas, exenvases de todo lo que se puede vender y comprar y que invade a diario hogares y entrañas; pasta de dientes, menestras, latas de atún, sodas. Y a través de este deleznable material que deviene noble en el arte de la autora, las partes de los cuerpos de las mujeres son incrustadas en casi cualquier parte de la ciudad. No parece haber un lugar que no las admita. De modo carnavalesco y terco están las piezas del todo; en coalescencia con la ciudad hecha también pedazos.

Inevitable las asociaciones con Maria Elena Moyano y su cuerpo dinamitado por Sendero Luminoso en Villa El Salvador, con Solsiret Rodríguez y muchas otras (no alcanza el espacio de esta columna) cuyos restos, y huellas, seguimos buscando, con Micaela Bastidas, con Inkarri y su cuerpo recomponiéndose.

La República

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