Un artículo de Jackie Wullschläger en el FT sobre multitudes en la historia de la pintura recuerda que Walter Benjamin las consideró el personaje central del siglo XIX. En el siglo XX casi desaparecieron, nos dice, y en estos últimos años estaban comenzando a regresar. La idea implícita es que a partir de ahora las vamos a extrañar en la realidad.
Nuestra pintura muestra pocas multitudes. Destacan las imágenes de aglomeraciones en las procesiones religiosas. También hay algunas reuniones festivas en cuadros costumbristas, pero a duras penas se les puede llamar multitudes. La literatura las menciona, pero si transmite bien el tumulto, rara vez logra pintar la abundancia de personas en el espacio público.
En 1929 Jorge Basadre consideró a la multitud peruana mero “indicio, exponente, sismógrafo, […] la forma más visible, más impura, más eventual del espíritu colectivo”. Sin embargo le dio importancia suficiente como para dedicarle un libro completo a sus apariciones en la historia. El arte no lo siguió. Ya prefería, y siguió prefiriendo, la figura individual.
La multitud es lo que parecemos estar a punto de perder por un largo periodo en el país, a manos del peligro de contagio, y eso se puede extender más allá de la esperada vacuna. En estos días agolparse es una irresponsabilidad. Luego pasará a ser una temeridad. Le tomará buen tiempo dejar de ser vista como un mal hábito, descuidado o desafiante.
Como entendemos la vida hoy la multitud, de todo tamaño, es indispensable. La idea misma de la recuperación económica con una humanidad distanciada no parece convincente. La irritante lentitud de los indispensables procedimientos sanitarios ya nos está diciendo que hay allí algo que aquí solo podría ser artísticamente representado solo como cautela y tristeza.
Así, la lucha contra el coronavirus también es una lucha por la posibilidad de volver a poder ser parte de una multitud adecuada a la emergencia. Existen países disciplinados donde eso ya se está logrando, con marchas y manifestaciones a un metro y medio de distancia. No es algo que nos fluye naturalmente, y que es necesario aprender e interiorizar cuanto antes.
Parafraseando a Benjamin, la persona que guarda sus distancias va a ser el personaje central del siglo XXI.
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