Hace tres semanas, pocas personas habrían sido capaces de vaticinar el curso que tomaron las elecciones peruanas, que este jueves, con el final de la larga agonía que fue el conteo de votos, han terminado con Pedro Pablo Kuczynski como virtual presidente electo. Confieso que, al igual que en 2011, cuando Keiko Fujimori aventajaba a Ollanta Humala a las mismas alturas, temí lo peor: que con su voto, la mayoría de los peruanos convalidara al gobierno que en los años noventa violó derechos humanos, deshilachó la democracia y saqueó al Perú. No ha sido así, felizmente, y por segunda vez el país ha evitado por los pelos a un partido como Fuerza Popular, que intentó mostrarse contrito, renovado y tolerante, pero esperó hasta la segunda vuelta para desnudar su esencia autoritaria, además de exhibir varias perlas, como la cerrada defensa al secretario general Joaquín Ramírez, acusado por lavado de activos e investigado por la DEA, que llevó al candidato a vicepresidente José Chlimper a calcar las peores prácticas del exasesor Vladimiro Montesinos, con audio falsificado incluido. Además de estos tropiezos, ayudó mucho la concertación de fuerzas disímiles, que con marchas, manifiestos y opiniones, se opusieron al resurgimiento del fujimorismo, anteponiendo la decencia y la memoria al cálculo pequeño y mezquino. Quizá el caso más emblemático haya sido el de la candidata del Frente Amplio, Verónika Mendoza, cuyo llamado a votar por PPK fue vital para el volteretazo que las encuestas registraron en la última semana. Mendoza sale de estas elecciones reforzada, con su liderazgo dentro de la izquierda consolidado, luego de demostrar una capacidad de endose que no se registraba en la política peruana reciente. El otro gran factor que contribuyó en la remontada fue el propio Kuczynski, que después de una campaña errática, resignada y sin norte, decidió encarnar el liderazgo que las fuerzas de oposición a Keiko Fujimori buscaban. Su presentación en el segundo debate presidencial no fue demoledora, pero incluyó suficiente picante como para dejar algunos mensajes clave impresos en la imaginación del votante. El resto de la historia la conocemos: el Perú volvió a ir en contra de la estadística y la costumbre, y en lugar de abrirse, las tendencias se acortaron, y terminaron cruzándose. Pero harían mal Kuczynski y su equipo de campaña si creyeran que obtuvieron algún triunfo solo por ganar esta ardua segunda vuelta. Al virtual presidente electo le toca ahora la verdadera pelea, y el reto es abrumador. Deberá tender puentes a los partidos que dominan el congreso, para construir consensos que le permitan gobernar, restañando las heridas dejadas en campaña. También acercar el Estado a las poblaciones más alejadas (aquellas donde Alberto Fujimori construyó su identidad), demostrando que la democracia no es solo un puñado de nociones abstractas. Todo esto sin abandonar tareas elementales como la lucha contra la delincuencia, la corrupción y la recuperación económica. Desde el primer día, Pedro Pablo Kuczynski deberá demostrar de qué madera está hecho.