Hoy las cabezas del poder judicial y del ministerio público conducen sus instituciones no solo con probidad, sino con independencia frente al poder.,Es “taquillero” escribir criticando –o despotricando- de algo o alguien. Por lo demás no hay que esforzarse en encontrar temas para hacerlo. No es, sin embargo, mi estilo. Confieso que tengo siempre presente lo justo que es destacar evoluciones positivas en un contexto en el que el lugar común es decir que “todo está mal”. Cierto, que si tenemos varios expresidentes investigados por corrupción -y el que está en ejercicio, con méritos sobrados para merecerlo- es como para deprimirse. Pero, a la vez, hay progresos sustantivos que merecen al menos un guiño de esperanza y optimismo. Menciono dos. Uno es el de la separación de poderes y un “sistema judicial”independiente; ministerio público y Tribunal Constitucional incluidos. Separación de poderes lógica en una democracia, pero inusual en nuestra historia. Más allá de decisiones criticables –que las hay, y muchas-. viendo el bosque y no sólo el árbol, la realidad presente no es la de la digitación por el poder político; panorama alentador. Cualquiera que sea la valoración sobre lo acertado o cuestionable de ciertas decisiones judiciales relevantes en el Perú de hoy -como la aplicación abusiva de las detenciones preventivas por jueces “caneros” que han confundido su función-, se cuenta con instituciones independientes. Esto no es gratuito pues viene del proceso de renacimiento institucional que se inició a fines de los 2000 con la recuperación de la democracia. Hoy las cabezas del poder judicial y del ministerio público conducen sus instituciones no sólo con probidad, sino con independencia frente al poder. Los esfuerzos de tres lustros no han sido en vano. No era pequeña la montaña de basura que se tenía que remontar luego de haber tocado en los noventa en los noventa el fondo más oscuro y fétido de la subordinación al poder político y a la corrupción. Es penoso –y hasta ridículo- cómo algunos de los que encabezaron ese proceso político autoritario y corrupto, y que llegaron a candidatear al ritmo de “chino, chino, chino” en la inconstitucional postulación del 2000, pretendan ahora pontificar sobre la Corte Interamericana o sobre la democracia en Venezuela. Paradojas de la vida. Otra evolución destacable es la de la sociedad y la creciente conciencia de la gente sobre sus propios derechos. En particular, el de participar en los asuntos públicos. Es algo que incomoda, por cierto, a algunos que se resisten a reconocer no sólo que esa autopercepción de derechos ha llegado para quedarse, sino que la autoridad está obligada a respetarla. Junto a esa saludable autopercepción, sin embargo, falta la actitud estatal de organizarse para garantizar ese derecho a la participación que ha llegado para quedarse. Doy dos ejemplos de cómo aún no se aprende esto. De un lado, los procesos de participación y consulta previa en la inversión minera o petrolera. Siguen mereciendo una institucionalidad marginal en el Estado. No han estallado más conflictos en los últimos meses sólo porque los precios internacionales congelaron la inversión minera, pero el Estado sigue sin organizarse para canalizar este derecho a la participación. Veremos eso ahora que vienen nuevas inversiones y previsible conflictividad. Por otro lado, la participación y consulta ciudadana en el diseño de políticas fundamentales. Eso no puede ser más monopolio de algunos burócratas. Se me viene a la memoria el reciente cuestionamiento al gobierno por la Coordinadora Nacional de DDHH al haber sido ninguneada en un proceso vertical de diseño del Plan Nacional de Derechos Humanos 2018-2012. La sociedad civil tendría que haber sido el referente fundamental; como en los demás países. No fue así: proceso de consultas muy restringido y puntos de consenso entre el gobierno y sociedad civil que fueron después eliminados. Por ejemplo, el de la protección a defensores de derechos humanos, clave cuando varios ambientalistas vienen siendo asesinados. El último de ellos, Napoleón Tarrillo, en Chaparrí, Lambayeque.