“La profesión de político, debiendo ser un alto servicio público, se ha creado una aureola de supremo desprestigio y resulta, según Castells, ‘la profesión peor considerada’”.,“RUPTURA, la crisis de la democracia liberal” es el último libro del catalán Manuel Castells, que había publicado antes la trilogía “La era de la información” y “Comunicación y poder”. Ambos textos tuvieron una enorme y justificada difusión en todo el mundo. Pero este último libro resulta particularmente oportuno en el Perú de hoy porque atañe a la relación entre legitimidad de la democracia y corrupción. “La corrupción es un rasgo sistémico de la política actual” sostiene Castells. No es un problema exclusivo de las democracias sino de toda la política contemporánea. Y por supuesto no es exclusivo del Perú ni de América Latina ni de los países subdesarrollados. Pulula omnipresente. Lo cual no significa que por ser mal de muchos pueda servir como consuelo de tontos. De hecho, hay países que han librado batallas exitosas contra la corrupción. Y el Perú está en trance, o al menos en la posibilidad, de ser uno de ellos, a pesar de las resistencias que hoy mismo se expresan en las demoras y torpedos que se han introducido en el Congreso contra los proyectos de ley de reforma de la justicia. La corrupción corroe la confianza de los gobernados en los gobernantes, que es la piedra angular de la democracia. Porque las democracias, cualesquiera que sean sus instituciones formales, se basan en un pacto esencial: la confianza de los gobernados en los gobernantes. Más que en las reglas de juego, la democracia reside en las mentes de los ciudadanos. Cuando esta confianza se pierde lo que tenemos es una crisis de legitimidad. Y eso es lo que obviamente viene ocurriendo en el Perú: los ciudadanos elegimos representantes, pero rápidamente perdemos la confianza en ellos. El parlamentario de provincias se muda a Lima y a veces ya no puede regresar más a su región, so riesgo de linchamiento y con certeza de conflicto permanente con las autoridades locales. De representantes pasan a ser integrantes del mundo de los políticos, que es percibido como un mundo de corruptos. La profesión de político, debiendo ser un alto servicio público, se ha creado una aureola de supremo desprestigio y resulta, según Castells, “la profesión peor considerada”. Siempre recuerdo la anécdota de aquel parlamentario que le decía a su compañero de colegio: “Soy político, pero no se lo digas a mi mamá que cree que soy un honrado pianista de un burdel”. “Más de dos tercios de las personas en el planeta piensan que los políticos nos los representan”, sostiene nuestro autor, en base a datos de todas partes. En España, para poner el ejemplo de un país que ha logrado éxitos notables en la lucha contra la corrupción, la desconfianza en los partidos subió de 65% en el 2000 a 88% en el 2016! Para que la democracia sea representativa, los ciudadanos tienen que sentir que son representados. No basta con que los congresistas sean elegidos en elecciones libres y justas, que procedan de listas cerradas o del voto preferencial, que integren una o dos cámaras. Hay reformas muy necesarias y el Presidente ha nombrado una Comisión que, sin duda, propondrá medidas muy positivas. Pero, a partir de las reformas, ¿cómo recuperar la confianza de los electores en los elegidos?, ¿cómo construir organizaciones políticas que merezcan confianza y adhesión? Castells tampoco tiene respuestas, pero es obvio que la respuesta exige, además de las reformas, una nueva acción política, hoy más urgente que nunca. OTROSIDIGO: Maduro optó por la represión y se burló del diálogo. Hay represión y hambruna, pero igual tiene que irse. Ojalá que se vaya sin más derramamiento de sangre y sin intervención militar extranjera. Lo mismo vale para Ortega. No hay que olvidarse de Nicaragua.