La desesperanza aprendida es un concepto de las ciencias del comportamiento que describe el proceso por el cual las personas aprenden que sus acciones no influyen en los resultados, incluso cuando objetivamente podrían hacerlo. El psicólogo estadounidense Martin Seligman observó, a fines de los setenta, que la exposición reiterada a situaciones que contradigan resultados esperados, generan pasividad y deterioro emocional.
Lo trascendente para la vida colectiva es que este aprendizaje produce tres efectos principales en las personas: un déficit motivacional, evidenciado con dejar de intentar; un déficit cognitivo, que no es más que la dificultad para reconocer oportunidades de cambio y consecuencias emocionales asociadas a la depresión y la ansiedad originada por la falta de previsibilidad.
Desde la ciencia política y las ciencias sociales, la desesperanza aprendida permite entender por qué sociedades expuestas a crisis recurrentes, impunidad e instituciones ineficaces tienden a la resignación cívica.
En el Perú, el pacto autoritario quiere forzar la inacción ciudadana e incluso penalizarlas. Sin embargo, desde las persistentes huelgas, y protestas incluso a través de redes sociales, el pueblo peruano exhibe una dignidad que a pesar de las dificultades actuales, rechazan la indignidad del poder.
Por eso es fundamental evitar la narrativa del “nada cambia” ya que la desesperanza aprendida resulta funcional al régimen, pues debilita los contrapesos democráticos con su invisibilización y estigmatización.
La evidencia conductual muestra que este estado no es irreversible. Se revierte cuando las personas experimentan que sus acciones sí producen efectos sostenidos.
En ese sentido, en los meses siguientes, la valoración positiva crítica de las intervenciones públicas de ciudadanos será de especial necesidad para la resistencia democrática que los peruanos vienen librando. Por eso es particularmente necesario visibilizarlas para que aquello que puede percibirse solo como islas atomizadas de solidaridad se conviertan en faros que permitan reconocer que quienes quieren vivir en democracia son más de los que niegan los autoritarios.