Imaginemos que, con gran entusiasmo, comenzamos a organizar una fiesta muy grande donde la pasaremos muy bien. Buscamos auspicios dentro y fuera del país, organizamos estrategias para convocar más participantes, y llamamos gente para que se una al equipo organizador.
Finalmente, llega el día, y todo sale según lo planificado. La fiesta ocurre sin que falte la fotito con la “V” de la victoria en medio del salón de recepciones. Listo. Se logró la fiesta de Dina. Costó tanto trabajo, ¿ahora? Parece que el equipo organizador dejó a los convocados bailando, y el resultado fue un fiasco. Resultado del cual son responsables los organizadores. La fiesta de Dina no solo dejó 50 asesinados sino que desapareció cualquier vestigio de meritocracia, y trajo consigo una nueva Constitución, firmada por los organizadores del magno evento.
El renacer del fraude que vimos el domingo en televisión obedece a una búsqueda de enmarcar la caída de Boluarte en un discurso que necesariamente arrastre a Castillo con ella. Quienes le brindan soporte hoy, y lo vienen haciendo hace año y medio, se niegan a hacerse cargo de su creación, pese a que existen tantos testigos y evidencia sobre quiénes, dónde y desde cuándo forjaron los preparativos para su gran fi esta. La siguiente legislatura, que puede ser la definitiva para Dina, y veremos nuevos intentos para crear nuevas reglas que garanticen impunidad tras la caída de la agasajada.
Volviendo a fraude, ¿cuáles son las implicancias de eliminar los votos, particularmente los votos rurales? Es arrancar casi lo único que ofrece la democracia a la ciudadanía vulnerable. Sin salud de calidad y con malos docentes que agreden a los estudiantes, la democracia significa, mínimamente, votar cada cierto tiempo.
Si desde el “centro” la interacción con la “periferia” es únicamente para eliminar la voluntad popular, pues nadie podrá quejarse en las próximas elecciones cuando gane el proyecto más radical anti statu quo o, en último caso, lleguen salidas por fuera de los obsoletos marcos normativos que defiende rabiosamente el conservadurismo.