Mientras se escribía esta columna, circulaban rumores de que el desencuentro público entre la presidenta de la república y el ministro de economía sobre la debilidad o fortaleza del gobierno podía derivar en la salida de este del gabinete y su reemplazo por un colega suyo que ya pasó por dos carteras, pero, al margen de si eso se concreta finalmente, lo cierto es que la presidencia de Dina Boluarte anda descuajeringada con la perspectiva de ponerse peor.
El desencuentro no tiene sentido. José Arista declaró anteayer en RPP lo correcto sobre la rebaja de la calificación crediticia de S&P en el sentido de que el problema no está en los fundamentos económicos del país, sino en la debilidad política del gobierno: “No tiene la fuerza suficiente para hacer un balance en la parte política. Definitivamente, es un gobierno débil”, dice el titular del MEF.
Boluarte, en cambio, quien suele creer que las cosas son como ella dice que son solo porque ella lo dice, apareció furiosa unas horas después para proclamar que “este gobierno, de esta mujer andina, que no tiene bancada en el congreso, pero que tiene grandes amigos en las bancadas, es el gobierno que tiene mejor relación con el legislativo, no somos un gobierno débil, somos un gobierno que está construyendo”.
Es cierto que en el congreso el gobierno tiene una oposición dura de alrededor de 36 votos, pero hay otros 94 que negocian su apoyo caso por caso y que, en general, lo obtiene, aunque a costa de perder rumbo pues resulta jaloneado por intereses diversos que van desde la minería delincuencial, las universidades truchas, hasta los que hacen de la defensa del consumidor un negocio en tono de negociado.
Pero no hay duda de que el gobierno de Boluarte es muy débil pues es un rehén de esos intereses a cambio del apoyo para durar, con solo 7% de aprobación en la ciudadanía, sin ofrecer un rumbo claro para resolver los problemas principales del país, como la inseguridad ciudadana.
Un gobierno débil no está condenado al fracaso pues puede construir fortaleza mediante la negociación con las fuerzas políticas, pero eso necesita mucha más lucidez que solo gobernar con las rodilleras puestas frente a un congreso corrupto y mediocre.
Economista de la U. del Pacífico –profesor desde 1986– y Máster de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, Harvard. En el oficio de periodista desde hace más de cuatro décadas, con varios despidos en la mochila tras dirigir y conducir programas en diarios, tv y radio. Dirige RTV, preside Ipys, le gusta el teatro, ante todo, hincha de Alianza Lima.