Las réplicas y dúplicas del allanamiento a la casa de la presidenta Boluarte no tienen cuándo terminar. Haciendo caso omiso del viejo refrán acerca de la temperatura a la que debe consumirse el plato de la venganza, la allanada ha desatado una furia digna de Úrsula, la villana tentacular de La sirenita 1. Como ella, Boluarte parece entonar con voz de bajo: “¡Pobres almas en desgracia!”. La primera víctima del encono presidencial es el coronel Harvey Colchado, quien se desempeñaba como jefe de la Diviac cuando arremetieron contra la puerta del domicilio en Surquillo.
Parece ser que el detonador de la deflagración fue una torta de cumpleaños, en la que se representaba el inolvidable momento en que los policías tumbaron la puerta del castillo con su ariete. En Las mil y una noches, Scherezade suele recurrir a metáforas similares para describir penetraciones fálicas. Hay que admitir que los peruanos tenemos una capacidad invicta para transformar momentos estelares en escenas de comedia. Esa torta, en la que se representa el momento en que la Diviac embiste la puerta, fue lo que habría desatado la venganza olímpica de la mandataria.
Imagino que pensó en las risas con las que quienes se acercaron al domicilio del coronel Colchado celebraron la representación de ese instante en el que todo cambió. Para Boluarte, esas carcajadas deben haber sido intolerables, puesto que de inmediato puso en marcha un proceso de retaliación contra quienes perpetraron ese delito de lesa majestad. Y sin embargo el relato comenzó antes, con unas fotografías a las que nadie prestó atención. Hasta que el periodista de ‘La encerrona’ Ernesto Cabral se puso, por algún motivo que desconozco, a analizar “10.000 fotografías de alta resolución”, como ha precisado, en varias oportunidades, Marco Sifuentes, el director del popular noticiero matinal online.
Esas fotos de alta resolución estaban dando vueltas desde hace un tiempo, pero (casi) nadie pareció prestarles atención. En ellas se ven, como ahora sabemos todos, los relojes Rolex y las costosas pulseras en las muñecas de la presidenta. Todos estos objetos han sido debidamente identificados y rastreados. Por lo cual no cabe la menor duda de la incompatibilidad entre sus precios y los ingresos de la primera funcionaria del Estado.
En su clásico texto sobre la fotografía (La cámara lúcida), Roland Barthes distingue entre dos momentos claves en una foto. Para ello recurre a dos palabras en latín: studium y punctum. La primera, dice el autor, equivale a to like y no a to love. Una suerte de interés “vago, liso, irresponsable” que se tiene por gente, espectáculos, ropa, libros, que nos parecen “bien”. Esta era la reacción, en el mejor de los casos, que producían las ahora célebres imágenes. Puede incluso que a muchos les generara rechazo, dada la ridícula cifra de aprobación de Dina Boluarte (un dígito), pero nada más.
Hasta que ocurrió algo que no sabemos y suponemos que Cabral sí. Las fotos dejaron de ser, primero para él, luego para todos, studium y pasaron a ser punctum. Es evidente que este cambio se debió a la revelación, cuyo origen desconocemos, como queda dicho, de los precios astronómicos de esas joyas que adornaban las presidenciales muñecas. A menudo, observa Barthes, el punctum es un detalle. Lo que los psicoanalistas llamamos un objeto parcial. Algo secundario que de pronto atrae nuestra atención y ya no podemos dejar de verlo, dejando en segundo plano lo demás. Así, cuando antes la mayoría nos fijábamos en el rostro, la expresión o incluso los cambios en el peinado o la piel de la presidenta, esto queda desplazado por la presencia de esas muñecas enjoyadas.
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En el relato de Edgar Allan Poe, La carta robada, el objeto era buscado por los policías más sagaces del reino, pero no lo podían encontrar. Sucede que no estaba oculto, sino ubicado en un lugar tan evidente, un papel arrugado dejado al descuido en una campana encima de la chimenea del ministro que había robado la carta, en donde a nadie se le habría ocurrido buscarlo. Pues por ser un elemento incriminatorio —se trata de una carta recibida por la reina que ponía en entredicho su honor y acaso su vida— debía estar oculto y no a la vista de cualquiera. La complejidad del relato excede los límites de esta nota. Limitémonos a señalar que quien primero la ve es el ministro que pretende usarla para sus propios intereses, pero es descubierta antes por Dupin —quien se la roba al ministro—, el personaje con el que Poe inventó el género detectivesco. Es un relato que ilustra admirablemente el descubrimiento por Freud de lo inconsciente, y por ello Lacan le dedicó un seminario, en el que destaca la compulsión de repetición: la carta es robada una y otra vez.
En nuestra historia, Dupin es Cabral. El investigador especializado en corrupción, lavado de dinero y derechos humanos (en buena cuenta, un caviar). Fue él quien se dio cuenta de algo que ha hecho tambalear el andamiaje, como decía Alejandro Toledo, de este proyecto dictatorial en el que Boluarte es un personaje a la vez central, pero con el poder de una reina actual: reina pero no gobierna. Sin embargo, es una pieza clave (hasta el 2025) de la organización criminal que está apoderándose del Estado. De ahí que las ahora célebres fotos revelen un detalle extremadamente significativo. Esas Rolex, esos brillantes, todos esos signos indicadores de riqueza y omnipotencia narcisista, pueden traer abajo todo el entramado de corrupción que sufrimos a diario. En particular debido a que se ha “amallado”, como dicen los pescadores cuando uno de ellos se enreda en el mar en sus redes de pesca, en una sucesión de mentiras pueriles. En dichas declaraciones inverosímiles, se repiten compulsivamente las versiones contradictorias acerca de la procedencia de los relojes obsequiados, prestados, etcétera, por su wayki Oscorima. La referencia a vínculos familiares, como sabemos, hace que en el Perú un pecado mortal pueda verse como venial.
De ahí que la venganza de Boluarte no sea tan solo una cuestión de ira narcisista. Destruir a Colchado y todos los policías que participaron en el operativo, así como cualquiera de ellos que los defienda, es —sobre todo— un asunto de Estado. Por eso lanzó a sus esbirros al asalto de Eficcop, el Equipo Especial de Fiscales contra la Corrupción del Poder, liderado por la fiscal Marita Barreto. Es notable que el grupo de fiscales fuera presentado por la entonces fiscal de la Nación, Patricia Benavides: “La lucha contra la corrupción es uno de los principales objetivos durante mi gestión como fiscal de la Nación. Por ello, confío en que los fiscales que asumen el día de hoy sus funciones en el equipo especial cumplirán las expectativas y metas trazadas para perseguir la criminalidad del poder”, expresó alias Vane. Dadas las investigaciones de las que es objeto hoy, tendrá que meditar el refrán “cría cuervos”. No será la única que deba hacerlo, por lo demás.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".