La era cristiana se inicia con un acto de traición. Judas, el mercader, vende a su maestro por 30 monedas de plata. Se había concretado la entrega de Jesús a los escribas y fariseos, casta sacerdotal que detestaba las enseñanzas del rabino que alentaba el amor a los pobres y predicaba que el Reino de los Cielos pertenecía a los mansos de corazón.
Era una verdadera revolución la que se gestaba. Una que se extendería por el mundo con su mensaje de paz y amor. Con ella se enfrentaron a los leones del César y a los bárbaros Atilas, como en el verso de Vallejo. La cruz de Cristo y la espada de los cruzados dominó a los infieles moros, en una guerra que definió a la clásica Europa.
El Nuevo Mundo también se despierta bajo la vieja dicotomía de los salvajes y los fieles. Algunas historias de opresión y de dominio han marcado la vida en esta parte del planeta. Los mensajes del actual papa Francisco han ido a profundizar sobre los derechos que asisten a los pueblos originarios, limitados en su acceso a los elementos básicos que componen la vida: agua, medio ambiente sano y territorio.
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El sentido actual de ser cristiano ha sido definido ayer por el arzobispo de Lima, Carlos Castillo. La construcción de una unión entre hermanos se basa en la lucha conjunta por el bien común. Los actuales gobernantes y autoridades están dominados por el egoísmo y la ambición. Construyen realidades inexistentes para engañar y minimizar los efectos de su mal gobierno. Justifican sus acciones con mentiras. Han perdido el sentido de la justicia, la verdad, la solidaridad.
La ciudadanía es la capacidad crítica que permite a una persona definir, valorar y defender el bien común. El momento actual es muy complicado para millones de compatriotas, afectados por la economía del día a día, desesperanzados por el futuro político y desanimados de la participación porque todo parece estar teñido de desgobierno y corrupción.
Este Viernes Santo que sea el tiempo de reflexión que requerimos para la acción. La recuperación del país que nos merecemos y que necesitamos. La generación de jóvenes que heredará la conducción de un país al límite tiene que dejar oír su voz. No puede mantenerse esta situación precaria y lastimosa. Es la hora de despertar.
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