La salida del ahora expresidente del Consejo de Ministros, Alberto Otárola, y su reemplazo por alguien que sería de su confianza, o relativamente cercano a él, Gustavo Adrianzén, da la impresión de ser la expresión de una serie de decisiones y/o transacciones que se han tomado en el entorno de la presidenta Dina Boluarte. Estas apuntarían a tratar de mejorar un nivel de aprobación que preocupa cada vez más en el Ejecutivo, y sobre todo en el Congreso, en la medida que se acercan las elecciones. La coalición congresal ha apoyado el cambio, pero viendo lo que hasta ahora ha sido este proceso en el gabinete, tampoco han querido involucrarse y/u Otárola logró canjear algo que ellos no pudieron. De no haber otros nombramientos significativos, un “gabinete Adrianzén” será básicamente un gabinete para tratar de disolver en la memoria un nombre desgastado y asociado a injustas muertes. Salvo la presidenta, ¿alguien se lo creerá?
Todas las manifestaciones que se han dado en el país, incluso los cánticos celebratorios durante los carnavales o celebraciones en diversas regiones, han tenido como objeto de crítica y rechazo a la presidenta. Pero sabemos que la mandataria no va a renunciar de ninguna manera. Dado ese pie forzado, pareciera que en Palacio de Gobierno se convencieron de que una forma de tratar de refrescar la imagen del Ejecutivo era sacando a quien estaba en segundo lugar como lastre político. La decisión de dejar de lado al que se vendió como el mejor escudero debe haberse tomado porque alguien, todo indica que el hermano de la presidenta, se ha logrado presentar con una mejor alternativa para los intereses de defensa de la gobernante. Por la forma en que se han presentado los hechos, esta no ha sido una decisión imprevista.
Los audios difundidos, que tristemente lograron lo que no pudieron tantos fallecidos y negligencia durante las protestas en el sur, son del 2021. Puede que nunca se sepa, pero está claro que primero fue la decisión de que Otárola ya no era útil, o que era más un problema que la solución que él decía encarnar, y luego vino la decisión de difundir unos videos y demás información comprometedora. No es que los videos, chats, o lo que sea, hayan generado una crisis imprevista. En lo único que se podría coincidir con Alberto Otárola es que ahí hubo una decisión política de ya no contar con su apoyo, aunque él sostuviese lo contrario, y que esa era la forma de forzar su renuncia.
A pesar de ya no contar con la total confianza de la presidenta, algo logró en sus negociaciones porque, contra lo anunciado por el canciller sobre un relanzamiento del gabinete, lo que hasta ahora se ve no pasa de un cambio del protagonista por el extra más cercano. En su presentación de ayer, Alberto Otárola dejó muy en claro que al hermanísimo no lo iba a tocar. En un primer momento, varios pensaron, me incluyo, que Otárola saldría a la ofensiva y que eso podía terminar siendo negativo para los socios del Ejecutivo. Sin embargo, los secretos que mutuamente tienen que guardarse la presidenta y el expremier parecen haber disminuido la fuerza relanzadora que con entusiasmo se comunicó. Una versión, con variantes obvias, de los secretos que durante buen tiempo se guardaron Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos.
¿Por qué la decisión de apartarlo? La mandataria sabe que es funcional a la coalición de diversos grupos de interés en el Congreso en la medida que les deje hacer todo lo que ellos quieran (hasta ahí, el Ejecutivo cumple), que la economía esté lo mejor posible y que su nivel de aprobación se ubique dentro de lo razonable. Una economía a la deriva, un país donde la inseguridad ciudadana campee y un alto nivel de desaprobación del Congreso y del Ejecutivo (5% y 10% respectivamente, según la encuesta de enero del Instituto de Estudios Peruanos-IEP), no es negocio para ninguno de los dos. En un clima de tan alto nivel de desconfianza política las propuestas que podrían tener mayor adhesión electoral serán aquellas que rechacen todo lo que se vea hoy como responsable del caos y falta de norte que se vive, léase, los inquilinos de plaza Bolívar y plaza de Armas. En la cámara de eco del Parlamento y Ejecutivo, ¿quiénes serían estos peligrosos enemigos a combatir? Vizcarra, Antauro Humala, y cualquier otro que vaya por sus cabezas, apoyados en el inmenso descontento ciudadano.
Tanto en el hemiciclo como en la Presidencia consideran, por sus propios intereses, no por los del país, que la situación tiene que mejorar. Y todo indicaría que se convencieron de que Otárola era ahí un problema. Diversos voceros de Fuerza Popular, Avanza País, APP, y medios de comunicación afines, rápidamente salieron para expresar su conformidad con el cambio. El clima electoral revolotea en el ambiente político y estas agrupaciones necesitan lograr un equilibrio entre mantener un Ejecutivo que les deje hacer lo que mejor les convenga para reelegirse y a la vez tomar distancia de uno de los gobiernos más impopulares en la historia del país donde el pedido de rendición de cuentas por las injustas muertes y el rechazo ciudadano están instalados.
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Hace poco hubo un tímido cambio de gabinete que, al no cambiar la cabeza que representa ese bajo nivel de popularidad, no pasó nada. Esta vez, estarían ensayando con sacar a una de las personas más asociadas a los asesinatos de diciembre del 2022 y enero del 2023 para ver si se logra algo nuevo. En paralelo, habrá que seguir observando qué ocurre con Nicanor Boluarte y las personas cercanas a él en el Gobierno. Por ahí estamos viendo solo los inicios de otros movimientos que justifiquen la salida de quien siempre debe haber estado recordándole a la presidenta que él conoce mucho de ella.
Solo se puede conjeturar, pero hay una gran distancia entre el entusiasmo que había ayer en el Gobierno sobre lo que iba a ser, ahora sí, un renovado gabinete y la presencia de un personaje político que no es Otárola, pero que, al menos en estos días, solo hace recordar a Otárola. Diera la impresión que, una vez más, los intereses personales, la política menuda y el temor a los juicios por venir permitieron hicieron lo suyo. El expremier se tomó un buen tiempo en volver de Canadá, y logró dejar un nombre que, desde dentro, lo respalde. La gran pregunta es si los grupos en el Congreso, que necesitan que el Ejecutivo no deje que se incendie la pradera, van a tolerar más tiempo tanta incompetencia. Si el anunciado relanzamiento no funciona, ¿la próxima filtración podría comprometer a la misma presidenta? Esa película ya la hemos visto, en los últimos años, varias veces y en diferentes versiones.
Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.