El Congreso no es el primer poder, por Joseph Dager Alva

"Como ciudadanía tenemos que rechazar enfáticamente la falsa idea de que el Legislativo es el primer poder del Estado pues ése no es un valor democrático, especialmente si se trata de este Congreso".

Historiador y Vicerrector Académico de la UARM

El Congreso no es el primer poder del Estado en ninguna democracia contemporánea. Y no lo es porque uno de los fundamentos de las democracias es el equilibrio, el balance y el control entre los poderes. No pensemos que abusa exclusivamente el Ejecutivo, pues eso que se ha venido a llamar law fare, gran atentado contra la democracia, está muchas veces en el campo del Poder Judicial, o de la complicidad de éste con otro poder.

Cierto que John Locke se refirió al Congreso como el primer poder del Estado (Locke 2006), pero, de la mano de la historia conceptual, hay que entenderlo en su contexto, uno absolutamente distinto al nuestro. El Legislativo sería el poder supremo por dar las leyes, pues se empezaba a proponer la monarquia constitucional para limitar así la arbitrariedad del poder real. Locke se cuidó de afirmar que el Legislativo nunca debía ser un poder absoluto.

En los desarrollos institucionales de hoy, los tres clásicos poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, actúan siguiendo sus competencias, interrelacionados y según el principio de división de poderes. Además, lo hacen con otros organismos autónomos, como el Electoral, que juegan un rol importante en este balance y equilibrio, en lo que se encuentra la garantía del sistema democrático.

En nuestra actual Constitución no hay atisbo que nos pueda hacer pensar en la supuesta superioridad del Congreso. Al contrario, en su artículo 43 menciona que el Gobierno se organiza según el principio de poderes. La Constitución más bien le impone limitaciones que no tendrian sentido si tuviera esa jerarquía, como la de imposibilidad de ejecución de gasto público. Por su parte, en el fundamento jurídico 32 del expediente N° 0006-2019-CC/TC, el Tribunal Constitucional dejó sentado que nuestro modelo institucional no aspira a una “subordinación” entre los poderes, ni a que exista un “primer poder del Estado”. Pero a muchos de nuestros congresistas les encanta repetir la monserga ésa que son el primer poder.

Las democracias hoy ya no se mueren violentamente, como han mostrado Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, sino que se van muriendo. Grupos no democráticos logran llegar al sistema, y lo van erosionando desde dentro, controlando las instituciones, desnaturalizándolas. Por ejemplo, cuando se pretende convertir a un poder del Estado en un poder absoluto que, ante sí y por sí, busca controlar a poderes autónomos, y traerse abajo reformas que lucharon eficazmente contra intereses particulares. O, como ahorita, que los congresistas pretenden aprobar el retorno de la bicameralidad y su propia reelección, sin importarles lo que dijo el verdadero soberano en un referéndum.

Como ciudadanía tenemos que rechazar enfáticamente la falsa idea de que el Legislativo es el primer poder del Estado pues ése no es un valor democrático, especialmente si se trata de este Congreso.

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