En la sierra de Lima aún se conservan rituales antiquísimos. Los pongos confirman si ya endulzó la coca. Preparan los ancushos con frutas y claveles. El parián dirige al agua para que no se pierda en el camino. La gente avanza hacia la plaza cantando una hualina. Allá en Huaros, a 25 km de Canta (Lima) y a unos 3.583 metros sobre el nivel del mar, se le da la bienvenida al invierno la tercera semana de noviembre.
La estructura comunal respeta la antigua organización, así que tenemos a 7 ministriles (2 campos, 2 alguaciles, 2 regidores y 1 inspector) como encargados de esta costumbre. En sus manos está cumplir cada detalle para ganar la lluvia. Al ritual dedicado a la naturaleza que vive y escucha, se une también la tradición religiosa. Son los mayordomos quienes se responsabilizan de bajar a las cruces desde los apus tutelares, dos de Jinche y una de Huishco. En el pueblo las cubrirán de flores y las velarán, pues a la par con la limpieza de la acequia deberán volver a sus lugares de origen en una larga y difícil caminata.
Todo con su respectivo descanso y misquipada, compartiendo la sagrada hoja de coca, el cigarro, la chicha blanca y la negra. Detalles valiosos que solo se podrán reconocer allí mismo, donde todo un pueblo se junta para lograr buenas cosechas. Donde cada palabra y conversación tienen otro nivel, ese que da el saber y la herencia. Llegando a la meta, el misticismo se agiganta. Hay que bautizarse y reverenciar a la huaca, hay que brindar repitiendo “conozca por suyo”, hay que estar atentos a cualquier orden del juez o repartidor del agua. Ellos son los que mandan ahora.
Entonces tendremos que irnos y temprano, los huarosinos recordarán la danza aquella de los kivios. Este baile es el culto a los kivios, aves sagradas de altura que anuncian el aguacero cantando kivió, kivió, kivió y danzando en grupo, como lo hace la gente cuando ha cumplido sus deberes y quiere celebrar.
Comunicadora Social. Creadora del programa de televisión Costumbres. Personalidad Meritoria de la Cultura desde el 2015.