El ministro de Economía no tuvo otra opción que reconocer en público lo que toda la población ya sabía: estamos en recesión. El nombre técnico no será el mismo para todos, pero la falta de trabajo, la inflación y la subida de precios de los alimentos, hablan más claro que el mejor profesor de Harvard. A esto se añade lo que saben los especialistas: no hay inversión privada porque no hay estabilidad jurídica.
Sin embargo, el Congreso persiste en el asalto a la Junta Nacional de Justicia, el último bastión que resiste a la arremetida contra las instituciones tutelares de nuestra débil democracia. Como no parece haber reacción masiva, pues la gente ha perdido la esperanza, la corrupción avanza en su proyecto de captura del Estado.
Lo que también avanza es la depresión colectiva.
La pasividad de las masas no significa que los procesos mentales se detengan. Puede que nos encontremos en un momento de negación, en el que nos desinteresamos de la política por salud mental. Pero el malestar en la cultura, como lo denominó Freud, sigue haciendo su trabajo en silencio. Así como los argentinos tienen en primer lugar en las encuestas –en el instante en que escribo esta nota– a un economista cuyo principal asesor es su perro muerto (lo que parece ser también una metáfora de lo que planea hacer con la gigantesca deuda de su país), en el Perú podríamos llegar a una situación análoga.
Cuando se habla de un gobernante desquiciado, entre nosotros las miradas suelen voltear hacia Antauro Humala. Pero nadie vio venir a Pedro Castillo, y hay grandes probabilidades de que la irresponsabilidad de las mafias en el poder engendre una versión potenciada de ese desastre.
Hanna Arendt afirma en una frase célebre: “El pensamiento es el único antídoto contra la masificación y el conformismo que son las firmas modernas de la barbarie”.
Y tiene razón.
No obstante, el pensamiento no basta para combatir el estupor y la negación de la realidad propios de la depresión. Así como el pensamiento, por sí solo, no puede hacerse cargo de la cólera y el miedo, dos afectos que, cuando se desbordan, tienen consecuencias imprevisibles.
Las élites del país –entre las cuales los grandes empresarios tienen un papel preponderante, en particular ante el fracaso de nuestros políticos– deben reaccionar y tienen que hacerlo pronto. Su silencio ante las tropelías del Congreso y la catatonia del Ejecutivo nos va a costar, literal y figuradamente, muy caro a todos. Incluso a ellos.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".