(*) Profesor PUCP
El reciente ataque contra el hospital Al-Ahli, ubicado en la Franja de Gaza, tan cruel como mortífero, ha cambiado dramáticamente la naturaleza de la guerra entre Israel y Hamás: si todo lo que había ocurrido no nos terminaba de convencer de lo despiadado de este enfrentamiento, este episodio de espanto nos arroja de frente al abismo, al pozo sin fondo de lo inhumano.
Ya había hospitales palestinos sin luz, sin agua; con pacientes de diálisis consumiéndose, con niños, adultos y ancianos sin medicamentos o cirugías. La atención sanitaria ya estaba en UCI y esto ha venido a demostrar que todo es posible cuando la cólera humana no se vacuna. Hamás, al atacar sin piedad a la población civil israelí, había hecho el primer tajo. Ahora todo se desangra.
Al momento, como la verdad también ha caído victimada, Israel le atribuye el ataque a la Yihad Islámica, otro grupo extremista que actúa en la zona. Pero incluso el presidente Joe Biden, superaliado del primer ministro Benjamín Netanyahu, ha dicho que “el ataque parece que viene del otro lado”. Una forma de decir que no está tan seguro de las explicaciones dadas por ‘Bibi’.
Habrá que dilucidar quién fue el autor de este monstruoso crimen. O si fue uno de esos “errores” que entrarán en el libro negro de las guerras humanas. Sin embargo, hay que aceptar las crudas consecuencias de este ataque: ya desató una pandemia de furia en el mundo árabe, y ha provocado que el apoyo de las grandes potencias a Israel navegue ahora en un río de dudas.
Políticamente, ha cancelado las mínimas iniciativas de paz que se perfilaban, como la cumbre en la que iban a participar Jordania, la Autoridad Nacional Palestina, Egipto y el propio Biden. El ataque ha acabado con la vida de cientos de personas, y ha hecho trizas las tenues posibilidades de parar las masacres. Significa un giro en este conflicto, tan desolador como real.
Pero acaso por lo mismo, podría aparecer un árbol en medio del páramo. Cuando se desciende hasta esos infiernos bélicos, cuando se hace clamorosa que la espiral de violencia acabará con los ojos de todos, la paz puede tener una leve oportunidad. Es como cuando un paciente se pone grave y lo único que queda es hacerle una cirugía de urgencia, o una transfusión de sangre.
Para eso es indispensable que los principales involucrados se den cuenta, apelando a su adultez y no a sus tribales impulsos guerreros, que no hay otro camino que negociar. Pues como decía Benjamín Franklin “nunca hay una mala paz y una buena guerra”. Respiren, piensen en los rehenes, en las víctimas, en los niños caídos, en el miedo y las angustias generalizados.
Miren lo que están haciendo, desde Teherán hasta Gaza, pasando por Beirut y Tel Aviv. Las miserias de la guerra nunca pagan. Podrán luego recordarse como gestas heroicas, a pesar de que en el fondo todos sabemos que se trató de un naufragio más de la palabra y la humanidad.
Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.