Piensa en la música que te encanta, que te mueve, que te remece. Hay canciones, melodías, ritmos que, al escucharlas, nos generan de inmediato una determinada sensación: alegría, pena, temor, nostalgia, felicidad, tristeza, entusiasmo, pesimismo, suspenso, paz y todos los demás sustantivos que nos podamos imaginar. Tal ‘magia’ no se produce por los recuerdos a los que la música nos puede remitir. Es decir, nuestros recuerdos, nuestras propias vivencias, son apenas un complemento importante de la maravillosa sensación final en la que todo se mezcla, pero la música, por sí misma, si la escucháramos, digamos, a pelo, sin la intermediación de nuestra experiencia personal previa, ya es capaz de generarnos las sensaciones citadas y muchas otras.
Son nuestros recuerdos, experiencias, aquello que encasillamos en una canción determinada que primero genera la sensación o el sentimiento y luego la sincronizamos con nuestra experiencia de vida. Nada como el arte para ponernos en contacto, lo más cercano posible, con la inasible realidad en sí misma, con la idea, decía el filósofo Arthur Schopenhauer, y, dentro de las artes, ninguna como la música para lograrlo. “La música está lejos de ser un recurso de la poesía, es un arte independiente, el más poderoso entre todos y por eso alcanza sus fines por sus propios medios, no necesita de las palabras del canto o la acción de una ópera. Las palabras son para la música un aditamento extraño y de valor subordinado, toda vez que el efecto de los tonos es más poderoso”. La alegría tiene un tono, la tristeza tiene un tono, el miedo tiene un tono, etc. La voluntad de vivir se manifiesta constantemente de forma cíclica, es decir: rítmicamente, todo tiene su ritmo. Las diferentes etapas de la vida van asociadas a diferentes ritmos, y los matices de las circunstancias, de la absurda existencia, se pueden ilustrar a través de la armonía (la sucesión de acordes dentro de una pieza musical).
Cuando hay algo urgente que transmitir nace la melodía (la parte que todos recordamos, lo pegadizo), estos tres elementos crean sensaciones que son imposibles de describir a través del lenguaje o, incluso, con otras artes. Los estados de trance, de inspiración, conducen a la calma, al sentido, a estos estados los denomina Schopenhauer contemplación. Y la única manera de llegar a ellos, en su sistema filosófico, es a través del arte. La música interviene el cuerpo, puede hacerlo llorar, temblar, reír, etc. La afectación corporal es inevitable cuando la música entra en acción y de eso se trata la vida, que, sin música, no sería vida.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.