Los autos, los buses, salpican el agua sucia que se acumula con una simple garúa que nosotros los limeños llamamos ‘intensa lluvia’, cuando en realidad son apenas unas gotas apenas más grandes que el promedio, pero que son capaces, dada la falta de drenaje en una ciudad tan desordenada ubicada en un desierto, de formar aniegos y charcos, como si se tratara de un diluvio. No hay truenos, no hay relámpagos.
La catarsis es solo a medias, con estas gotitas a las que los periodistas les dedicamos segmentos enteros con expertos del Senamhi tratando de descifrarla, interpretarla. Esta lluvia penetra las precarias casas de la pobreza extrema, sí, pero, en general, no suena, no hace ruido en las ventanas, en los vidrios, en los techos. Los limeños no sabemos lo que es el crepitar de un tejado bajo la lluvia, tan presente en poemas, canciones, cuadros, fotos, en el arte en general, por ser tan simbólica de la nostalgia y tantos otros sentimientos. (‘Lluvia’, ‘No culpes a la lluvia’, ‘Purple rain’, ‘Set fire to the rain’, etc.).
En Lima, sin embargo, la lluvia es solo un remedo de todo lo que representa, por eso, en rigor, se llama garúa, no lluvia. Ni tan fuerte para necesitar los paraguas ni tan débil como para no necesitarlos. Ese limbo es nuestra garúa, nuestra lluvia mediocre. Cierto es que, además de su impacto en el medio ambiente y la vida cotidiana, la lluvia también puede influir en nuestra mente. A algunos les producirá melancolía y a otros, desahogo, pero, nuestra garúa, ¿califica para producir algún efecto psicológico o es solo un suceso superficial, pasajero, sin mayores consecuencias en el alma, en nuestra identidad? La historia de la humanidad está llena de rituales para atraer lluvia, porque es fertilidad, es vida, es esperanza, aunque también puede ser inundación, pero en Lima me temo que, con las justas, esta llovizna apenas nos disloca.
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(Los huaicos son producto de lluvias distantes). Cuánto cielo gris sin lluvia, cuánto firmamento ‘panza de burro’ sin que produzca, la mayoría del año, una sola gota, cuánta humedad sin lluvia, en esta ciudad de la furia, pero furia sin lluvia, tan mediocre como la garúa, que no es lluvia ni es rocío.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.